Podcast escrito y producido en Nueva York, que te trae retazos de su historia, personajes, costumbres y arquitecturas, relatados de forma personal, subjetiva, y no siempre rigurosa.
El 18 de Enero de 1973, hace ahora ya más de medio siglo, la edición del New York Times publicaba en su página 44, el siguiente obituario:
Ralph T. Walker, aclamado y galardonado en 1957 por el American Institute of Architects, con el galardón de “Arquitecto del Siglo”, fallecía ayer en su domicilio de Roaring Brook Road en la localidad de Chappaqua, Nueva York, a los 83 años de edad.
El Sr. Walker había recibido esta medalla conmemorativa del centenario del A.I.A. por “su puesta en práctica incansable de su talento y energía en diversos y variados campos al servicio de la sociedad».
Como socio director durante varias décadas en la firma Voorhees, Walker, Smith & Smith, se hallaba ya jubilado de la profesión, ejerciendo puntualmente como consultor de la firma que sucedería a la suya, y llamada ahora Haines, Lundberg & Waehler.
Entre los principales edificios que Ralph Walker diseñó se encuentran el edificio de la Compañía Telefónica de Nueva York en West Street, el edificio de la sede el Banco Irving Trust situado en nº 1 de Wall Street, o los Bell Telephone Laboratories en Murray Hill, New Jersey, junto a muchos otros.
Como anécdota asociada es este solemne obituario en prensa, Ralph Walker ya había sido objeto previamente de amplios elogios por parte de figuras como del icono de la arquitectura en Estados Unidos, el célebre arquitecto Frank Lloyd Wright, el cual sabemos que era sobradamente conocido por no distinguirse precisamente por no deshacerse habitualmente en elogios hacia sus compañeros de profesión, refiriéndose a él como «el único otro arquitecto honesto de los Estados Unidos».
Hablar de las figuras que han forjado la historia de la arquitectura en los Estados Unidos, desde su propia fundación como nación hasta nuestros días, nos hará inevitablemente repasar libros y manuales que nos presentarán nombres como el del propio padre fundador Thomas Jefferson, William Lebaron Jenney, Daniel Burnham o el propio Luis Sullivan, considerado el padre del rascacielos moderno.
Otras destacadas figuras, ya en el siglo XX, serán nombres como Cass Gilbert creador del rascacielos gótico Woolworth, o William F. Lamb, con el icono del siglo XX llamado Empire State Building, sin olvidarnos tampoco de su acérrimo competidor William Van Allen, diseñador del cercano Chrysler Building.
Ya en la segunda mitad del siglo XX, tras fallecer el verdadero tótem de la arquitectura americana, Frank Lloyd Wright, encontraremos otros nombres como el fundamental y contradictorio Louis Khan, además de otras figuras ya sobradamente estudiadas como Philip Johnson o el mismo Robert Venturi.
Pero ¿Sabemos, por ejemplo, en realidad algo sobre las primeras mujeres que ejercieron formalmente la arquitectura? En los Estados Unidos, nombres como Louise Blanchard Bethune, la primera mujer miembro del American Institute of Architects, y que abrió su propia oficina en 1881 en Buffalo, Nueva York, no han sido reivindicadas hasta tiempos relativamente recientes.
Del mismo modo, existen nombres que fueron borrados del registro público durante décadas, como Paul Revere Williams, uno de los primeros arquitectos afroamericanos con licencia para ejercer la profesión en los Estados Unidos, y que a la postre desarrollaría una carrera amplia y destacada diseñando numerosas residencias en la época dorada del star system de Hollywood.
Arquitectos como Paul Williams, se verían, tras su desaparición, y durante décadas, relegados al ostracismo colectivo, incluso dentro de los ambientes profesionales de su mismo país.
Siendo sincero, a pesar de estar familiarizado con varios de sus edificios dada su imponente presencia en el tejido de la ciudad, realmente yo no había oído hablar demasiado del arquitecto Ralph Walker antes de que por designios del azar cayera ante mí en pantalla algún artículo sobre él aparecido en publicaciones digitales especializadas.
Tampoco podría ocultar mi sorpresa al saber que Ralph Walker es uno de los arquitectos que aparece en esa famosa fotografía de arquitectos disfrazados con trajes inspirados en el diseño de sus propios edificios que se realizó en el baile de disfraces de la Sociedad de Bellas Artes de Nueva York en 1931 y que una vez vi en el Museo de la Ciudad de Nueva York.
En esta fotografía, Walker aparece a la derecha de William Van Alen, el cual, dentro del ambiente festivo del ambiente, luce sin sonrojo alguno su traje inspirado en su diseño del propio edificio Chrysler.
El simple hecho de encontrárnoslo en esta famosa y simpática imagen, demuestra sin lugar a dudas que Ralph Walker era por aquel entonces considerado como un arquitecto estrella cuyo momento cumbre coincidía con una época en la que la construcción de rascacielos en Nueva York había sido extraordinariamente prolífica y la arquitectura enfocada a esta tipología había alcanzado su culmen.
Esta sería la era en la que sus ideas y su trabajo florecieron y brillaron con un fulgor propio que iluminaría el skyline en las noches de Nueva York durante los locos años 20 e inmediatamente posteriores.
Todo esto se desvanecería posteriormente, desapareciendo de la conversación pública y del discurso de la teoría arquitectónica con el paso de las décadas para convertirse en una mera anécdota estilística llamada Art Decó, una parte, sin embargo, fundamental del catálogo arquitectónico de la historia de Nueva York.
Un término, el de Art Decó que realmente no se acuñaría realmente hasta los años 60, para describir esta pasada época de opulencia en el ornamento mediante innovadoras formas plasmadas en materiales como el bronce, el acero inoxidable o los cromados, mientras que en aquella época simplemente calificarían este estilo como moderno o modernista, en oposición al hasta entonces imperante estilo Beaux-Arts.
Sin embargo, tras más de una década en esta ciudad, y observándola, puedo afirmar que no es difícil encontrarse frente a frente e interesarse con algunos de los trabajos de Walker, que no dejarán indiferente al observador que los divisa en la lejanía o simplemente camina junto a ellos.
Ralph Thomas Walker nace en Waterbury, Connecticut en 1889, en el seno de una tradicional familia de clase trabajadora.
Su padre, Thomas, era un operario industrial por el que la familia solía mudarse frecuentemente en el área del noreste hasta que tras algunos años, finalmente la familia se asienta en la ciudad de Providence en Rhode Island.
Con este antecedente, Walker conservará durante toda su carrera y plasmará en su corpus ideológico el ensalzamiento y el respeto por los oficios y aquellos que los llevan a cabo en el campo de la industria y la construcción en particular.
Mientras tanto, de su madre, Marion, adquiere el amor por el teatro y a las artes escénicas a las que ésta era gran aficionada, algo que a lo largo de toda su carrera sería algo determinante en su figura y personaje.
En la misma Providence, Ralph Walker asiste a la Classical High School, al final de la cual, tras graduarse, en 1907 con 18 años comienza a trabajar como aprendiz en el estudio del arquitecto Howard K. Hilton.
En 1909, tras dos años de duro trabajo en el estudio, que el propio Walker describiría como dignos de una novela de Charles Dickens, se matricula en los cursos de arquitectura en el Massachusetts Institute of Technology, en calidad de alumno especial, una categoría reservada a estudiantes que ya contaban con alguna experiencia previa en la delineación y el diseño.
A partir de ese momento, Walker adquirirá ya algunas responsabilidades de diseño dentro de la firma en la que trabaja, a la vez que continúa con sus estudios formales de arquitectura, con los cuales es muy crítico por la rigidez de los temario e incondicional adhesión a los principios del estilo Beaux-Arts, unas críticas que bien representarán el carácter de Ralph Walker a lo largo de toda su carrera donde se caracterizaría por expresar abiertamente sus opiniones sobre la profesión sin moderación ni tamiz alguno.
Así dejará el MIT antes de graduarse para continuar trabajando a tiempo completo en diversas oficinas mientras al mismo tiempo intenta establecerse de forma independiente.
En 1913 contrae matrimonio en Providence con Stella Forbes, una católica irlandesa, lo cual produciría fricciones familiares al ser Ralph Walker un presbiteriano de origen escocés, unos inicios premonitorios de una turbulenta relación de la pareja a lo largo de los años.
Entonces entrará a trabajar en distintas oficinas de arquitectura de Boston, Montreal y Nueva York dedicándose principalmente a proyectar universidades, edificios comerciales, iglesias y monumentos varios.
En 1917, en plena I Guerra Mundial y tras la entrada de los Estados Unidos en el conflicto como país beligerante en el bando aliado, y como tantos otros artistas, escultores y arquitectos, Ralph Walker se alistará en el cuerpo de ingenieros del ejército, donde servirá dentro de la fuerza expedicionaria americana, encuadrado en la sección de camuflaje en el frente de guerra de Francia.
Allí prestaría, estacionado en Dijon, servicio durante dos años hasta el final de la sangrienta contienda.
Décadas después, esta experiencia adquirida y los contactos hechos en la guerra le valdría a su firma a la hora de diseñar bases militares para el gobierno durante la Segunda Guerra Mundial, una preciosa experiencia.
A su regreso del conflicto en Europa en 1919, ya con 30 años cumplidos, Walker comenzará la búsqueda de un nuevo empleo en Nueva York para retomar su carrera profesional tras el periodo de servicio militar.
Finalmente, ese mismo año, le ofrecerán en Nueva York un empleo para el puesto de diseñador junior en la firma McKenzie, Voorhees & Gmelin, un veterano estudio de arquitectura pero fundamentalmente de ingeniería, pero que no se distinguía particularmente en el sector en Nueva York por la calidad o relevancia pública de sus diseños.
A pesar de ser funcionales y eficientes sus edificios, no llegaban en ningún caso a despertar la crítica o elogio alguno por parte del público.
A la postre, y como se demostraría a lo largo de las décadas, Walker con su habilidad para el diseño vendría a suplir esa carencia de la firma.
Esta oficina a la que se sumó, contaba entre sus principales clientes a la New York Telephone Company y a la Western Electric Company, algo que a la postre determinaría la dirección de su carrera.
En sus primeros años en la firma, Ralph Walker empleará su formación académica en las Bellas Artes para brindar apoyo a los encargos en curso de la firma en proyectos como el Edificio Municipal de Brooklyn, terminado en 1924, o el Edificio de la Compañía Eléctrica Consolidated Edison, la actual ConED, también en Brooklyn, finalizado sólo un año antes.
Con el paso del tiempo Ralph Walker comenzaría a escalar dentro del organigrama corporativo de la firma y ya a mediados de los años 20, esta oficina, guiada por Walker, comenzaría a obtener varios galardones de diseño y sus obras comenzarían a aparecer en los diarios y revistas especializadas.
En esos años y posteriores, a las innovaciones tecnológicas en la construcción, Walker añadiría al trabajo de la firma la innovación estética y estilística.
Los años 20, en general, en los Estados Unidos, y más específicamente en Nueva York serían una década de gran expansión económica, además de estar marcada por la agitación y transformación cultural que se produciría, por lo que sería también conocida popularmente como la «Era del Jazz» o los «Felices y locos Años Veinte».
Después de la Primera Guerra Mundial, la economía del país experimentaría un crecimiento sin precedentes, caracterizado por una fuerte demanda de bienes y servicios y un notable aumento de la producción industrial, además de un desmesurado nivel de especulación bursátil que a la postre marcaría de forma decisiva las décadas posteriores.
En esta década de transformaciones económicas y sociales, la Compañía Telefónica de Nueva York necesitaba asegurar ante sus clientes que esta tecnología novedosa, la de la comunicación telefónica de larga distancia, había llegado para quedarse, y de ese modo pretendía comunicar el mensaje a través de la presencia y solidez que solo la arquitectura podría proporcionar a la imagen pública de la compañía.
Estas nuevas compañías precisaban además de edificios capaces de albergar a las cientos de telefonistas que hacían funcionar sus centralitas, además de recibir personalmente a sus clientes y abonados a la hora de contratar sus líneas telefónicas o pagar sus facturas.
La arquitectura y su lenguaje sería la forma de transmitir solidez, fiabilidad y sofisticación a estos clientes y ese sería el cometido que le sería asignado a Ralph Walker.
En 1921, la citada New York Telephone Company, encargará a la firma su nuevo edificio corporativo a ser construido en un solar de West Street, en el bajo Manhattan, conocido hoy como Distrito Financiero.
Walker se convertirá en este momento en diseñador jefe del proyecto y apuntaría a la firma McKenzie, Voorhees y Gmelin en una nueva y prometedora dirección.
Construido entre 1922 y 1926, este edificio, llamado ahora edificio Verizon, situado al lado del World Trade Center y con vistas directas por aquel entonces sobre el río Hudson, sería el proyecto que establecería definitivamente la reputación profesional de Ralph Walker.
La Zoning Resolution de 1916, la normativa urbanística que rige hasta hoy el planeamiento urbano de Nueva York y de la que se ha hablado hace tiempo en el podcast, requiere, en términos generales, a los edificios, a partir de una determinada altura, un retranqueo respecto a la línea de calle de una cierta distancia en horizontal por cada pie de altura en vertical que el edificio se eleva.
Esta regla, como relatamos entonces, sería la respuesta dada al clamor público por el llamado «efecto cañón» creado cuando se construían grandes edificios, directamente uno frente al otro, bloqueando el paso de la luz solar e impidiendo el nautural flujo de aire en las calles.
De esa forma, estos nuevos requisitos instaurados buscaban garantizar que esta ventilación y la luz solar pudieran llegar hasta el nivel de las calles, garantizando su salubridad incluso a medida que la ciudad se volviese cada vez más vertical.
Esta cuestión se percibía en gran medida como un verdadero problema de salud pública, dado que por aquel entonces la luz solar se consideraba esencial para evitar la incidencia de las enfermedades.
Aunque esta Zoning Resolution se había promulgado en 1916, no sería hasta principios de la década de 1920, después ya del final de la Primera Guerra Mundial, en que la industria de la construcción volvería a resurgir en sus niveles de actividad, requiriendo a los arquitectos su aplicación efectiva en los edificios que fueran a diseñar a partir de aquel entonces.
Cuando Walker comienza a trabajar en el proyecto del edificio para la compañía telefónica Barclay-Vesey, tenía en mente dos ideas claras: por una parte la modernidad que representaba el teléfono en sí y por otra parte la necesidad de un rascacielos moderno que respondiera a la nueva normativa que regulaba la volumetría de los edificios.
El Barclay-Vesey Building también se ha descrito en ocasiones como realmente el primer rascacielos de estilo Art Deco, anterior incluso al Chrysler Building o el propio Empire State, debido a la decoración que ornamenta algunos de sus elementos como sus portadas, ventanas o vestíbulos interiores.
Muchos de los edificios de Walker que se pueden ver al caminar por las calles de Nueva York destacan claramente por un volumen masivo y su enorme huella, que a menudo llega a ocupar una manzana entera de la trama de la ciudad, y parecen más una pequeña montaña que una construcción humana.
Este Barclay Vesey Building no es una excepción.
Construir edificios de esta escala es algo ciertamente muy raro hoy en día, en parte porque es poco frecuente que un promotor inmobiliario pueda hacerse con el control de una manzana completa de la ciudad y menos una como Nueva York con el valor del suelo en la isla de Manhattan.
Esta singularidad sin embargo fue posible entonces para Walker y su firma por ser gran parte de su de su trabajo encargos para la New York Telephone Company, cuyos edificios demandaban características estructurales especiales para las toneladas de equipos mecánicos de conmutación y las legiones de operadoras de centralita que debían albergar sus espacios.
Como resultado del rotundo éxito que cosechó en la crítica y el público este diseño, Walker se convertiría pronto en socio director de la firma cuyo nombre cambiaría entonces a Voorhees, Gmelin y Walker en 1926.
Como corresponde a su éxito y ascenso social, el matrimonio Walker se mudaría a un nuevo domicilio en los suburbios de Nueva York, más concretamente al condado de Westchester.
El Barclay Vesey Building o ahora llamado edificio Verizon, adyacente al edificio 7 World Trade Center, al este y a las Torres Gemelas cuando estos tres edificios cayeron durante los ataques del 11 de Septiembre de 2001, sufrió a su vez graves daños en sus fachadas sur y este por la caída de multitud de escombros y vigas de acero.
La caída del World Trade Center provocaría también el derrumbe parcial de algunos forjados de planta en el entorno de las ventanas afectadas, aunque el edificio en su conjunto no sufriría daños como para considerarse en peligro inmediato de colapso.
La mampostería permitió que la estructura absorbiera gran parte de la energía de los escombros que golpearon el edificio, y que el daño se localizase principalmente a los puntos de impacto.
Durante la catástrofe, aunque no se llegaran a producir incendios en este Verizon Building, pero los magníficos murales de sus vestíbulos de planta baja se verían dañados por el humo y el polvo resultantes.
(pausa)
Unos años más tarde, durante la supertormenta Sandy de 2012, el Verizon Building no sufriría tampoco daños estructurales relevantes durante el temporal que forzó a las autoridades a la evacuación por inundación del bajo Manhattan.
Sin embargo, sí se producirían efectos notables, como inundaciones completas en los cuatro niveles de sótano, la pérdida del suministro eléctrico y de agua, y algunos vidrios de fachada rotos debido a la fuerza del viento y los escombros.
Después de la finalización del edificio Barclay-Vesey, Walker diseñaría varios otros edificios utilizando su combinación de volúmenes, formas asimétricas y torres con ornamentación típicas del Art Deco, incluida esta Sede Central del Ejército de Salvación, construida entre 1929 y 1930 en la calle 14 oeste de Manhattan.
Este edificio se inauguraría en mayo de 1930 para celebrar las bodas de oro de las actividades del Ejército de Salvación en los Estados Unidos.
Esta organización, originalmente con sede en Londres, comenzó a trabajar en Nueva York en 1880 y se había expandido significativamente a lo largo de las décadas para incluir una amplia gama de funciones caritativas, desde asociaciones industriales y hogares de maternidad hasta casas de asentamiento y oficinas de empleo.
En 1895, se había construido ya una sede diseñada por Gilbert A. Schellenger, un edificio en estilo renacentista románico cuyas almenas y torres creaban una apariencia de fortaleza que algunos consideraban ideal para una organización que se denominaba a sí misma como ejército.
Este primer edificio, en el 120 Oeste de la calle 14, sufriría un devastador incendio en 1918, que obligó a reducir sustancialmente el espacio disponible para fines benéficos y administrativos.
Fue entonces cuando concluyeron que necesitaban mayor flexibilidad para atender a su creciente número de servicios prestados y clientela.
Se consideraron varias opciones para aliviar la apremiante necesidad de más espacio, desde reconstruir la estructura de 1895 hasta mudarse a una ubicación completamente nueva.
En cambio, los líderes del Ejército de Salvación decidieron quedarse en su ubicación de la calle 14, que ofrecía amplias oportunidades de transporte público para llegar mejor a los más necesitados.
La organización estaba profundamente preocupada por crear un nuevo símbolo de su impacto positivo en la ciudad minimizando al mismo tiempo su costo.
En Ralph Walker, encontrarían a alguien que satisfaría esas necesidades y que creía en la creación de diseños para edificios específicos para las necesidades únicas de un cliente, pero que tampoco exigía adherirse a un estilo de construcción tradicional.
Probablemente se aprovecharía de que uno de sus socios en la firma Voorhees, Gmelin y Walker también fuera a la vez presidente de la División de Arquitectos del Ejército de Salvación.
Fue así como Walker terminó diseñando un complejo que equilibraba espacios funcionales con otro principal verdaderamente conmovedor.
Para el ala principal de oficinas de 11 plantas que da a la calle 14, eliminó la ornamentación convencional y optó por utilizar ladrillo y piedra artificial para crear un diseño dramático y funcional que satisfizo la necesidad de más espacio del Ejército de Salvación y a la vez su presupuesto limitado.
Directamente al este, en la calle 14, encontraremos el auditorio, con una espectacular portada que crearía un espacio público profundo y acogedor, coronado por un enorme arco con forma de capas de un telón ascendente que se abre hacia un escenario.
Esta configuración se conecta a un edificio dormitorio de 17 pisos en la calle 13.
El Ejército de Salvación ha seguido operando y utilizando este complejo de edificios desde su apertura, hace ya casi 100 años.
Pero probablemente el edificio que mejor representa la época en la que la arquitectura de Walker floreció y destacó en el panorama de Nueva york sea El Irving Trust Building, también conocido hoy en día como One Wall Street,
Es éste otro rascacielos emblemático ubicado en el distrito financiero de Manhattan y que marca otro de los hitos principales dentro de la carrera de Ralph Walker.
Terminado en 1931, este edificio cuenta con una altura de 654 pies y era en aquel entonces uno de los edificios más altos del mundo en el momento de su finalización.
El diseño de este rascacielos se nos presenta con una planta de forma cruciforme y una fachada de piedra caliza con intrincados detalles de inspiración gótica.
En el interior, encontramos en su base una impresionante sala de operaciones bancarias con un techo que alcanza los 50 pies de altura con profusos detalles inspirados una vez más en los motivos Art Decó, que incluyen grandes puertas de bronce y murales que representan escenas de la historia estadounidense.
El Art Decó, caracterizado por sus líneas limpias y precísamente delineadas, así como los motivos decorativos geométricos, establecería en aquellos años un nuevo estándar para la arquitectura comercial en Nueva York.
El edificio había sido encargado por el banco Irving Trust Company y serviría como sede a éste hasta la década de 1980.
El edificio posteriormente sufriría varias renovaciones y cambios de propietario a lo largo de los años, hasta que en la actualidad está siendo transformado en apartamentos de lujo y locales comerciales, una consecuencia directa de la reivindicación de esta gran arquitectura, la cual medio siglo después parece volver a ser reclamada por las clases más acomodadas de la sociedad.
A pesar de estos cambios, el Irving Trust Building sigue siendo un ejemplo fundamental de la arquitectura Art Decó y un punto de referencia imprescindible en el skyline del bajo Manhattan.
No sería posible hablar de la arquitectura de Ralph Walker sin detenernos especialmente en los interiores de sus edificios.
En todos ellos prestaría gran atención al diseño interior, abarcando en ellos hasta el cuidado por detalles tan específicos como las salidas de aire, algo que hoy en día nos puede parecer hasta extravagante y superfluo.
Sin ir más lejos, para la sede del Irving Bank Trust, el que sería el edificio más costoso de la ciudad en ese momento, y en el que colaboraría con la famosa artista creadora de mosaicos Hildreth Meiere, quien con su visión cubriría los techos de la famosa Red Room con un manto de conchas marinas opalescentes y ricos tonos rojos.
Los enormes portones dorados y los interiores exuberantes de Walker estuvieron muy influenciados por el teatro y su estrecha amistad con Joseph Urban, el famoso escenógrafo.
Una vez más, en esos excesivos años 20, el lema sería «no reparar en gastos».
El pensamiento arquitectónico de Ralph Walker abordará tres temas que él consideraba estrechamente interrelacionados: el significado del rascacielos en la ciudad moderna, el uso de tecnología y los materiales modernos, y finalmente la importancia del ornamento en el diseño.
Finalmente, Walker fusionaría estos principios bajo el concepto de «humanismo», término que comenzó a utilizar en 1926 y que se convirtió en el centro de su filosofía de diseño durante el resto de su carrera.
Si bien Walker no fue el primero en utilizar el término «humanismo» aplicado a la arquitectura, lo definió para su uso personal de diversas maneras.
Inspirado en una selección de críticos culturales contemporáneos, como Mumford, conocido por su postura «humanista», y los Nuevos Humanistas, un grupo variado de académicos dedicados a preservar las «grandes obras» de la tradición occidental, Walker escribió sobre el humanismo como un medio para moderar el impacto de la tecnología moderna en la vida cotidiana.
Según él, los edificios debían hacer algo más que proporcionar lugares para vivir o trabajar, sino que debían involucrar las emociones y los sentidos de las personas.
Así, separaría voluntariamente el edificio en dos programas diferenciados: uno preocupado por hacer que el edificio funcione físicamente y otro preocupado por hacer que el edificio funcionase «espiritualmente».
Además, el diseño se desdobla en dos tipos: uno físico, controlado por las necesidades del cuerpo humano, y otro psicológico, mucho más importante para él, que hacía que las cosas estuvieran diseñadas para complacer y entretener la mente.
Esta extravagancia arquitectónica no sería bien recibida después de la Depresión, la cual prepararía el escenario para el Estilo Internacional de Mies van der Rohe y Le Corbusier.
Walker, rechazaría de plano la preferencia de estos por el vidrio sobre el muro, pero este enfoque era irremediablemente hacia donde se dirigía el mundo, y Ralph Walker, a pesar de todo su brillo y glamour, no tuvo más remedio que dar un paso atrás en su papel en la firma.
La Gran Depresión tuvo también un tremendo impacto en la arquitectura: el auge de la construcción de finales de la década de 1920 se secaría prácticamente de la noche a la mañana.
El sector de la construcción comenzó a ralentizarse en 1929, y en 1932, el Architectural Record informaba de una caída en un año en el volumen de construcción del 60 por ciento, además del descenso del 31 por ciento del año anterior.
No fue hasta 1937 que la construcción comenzó a acercarse a los niveles vistos una década antes.
Muchas oficinas de arquitectura cerrarían por completo y otras aceptaban pequeños proyectos para sobrevivir.
Vorhees, Gmelin & Walker fue una de las empresas afortunadas de seguir a flote, aunque en sus días más oscuros, según se informa, solo contaban con seis empleados.
Mientras trabajaban para la compañía telefónica, que continuaría expandiéndose con proyectos como el edificio AT&T Long Lines en la Sexta Avenida de 1932, se aseguraban de que al menos, las luces de la oficina pudieran mantenerse encendidas.
Otra parte clave de la supervivencia de la empresa fue su participación en dos de los eventos arquitectónicos más importantes de la década de 1930: las Ferias Mundiales en Chicago en 1933 y de Nueva York de 1939.
Ambas ferias tendrían el difícil cometido de proyectar un futuro brillante y prometedor en medio de las grandes dificultades económicas globales y las turbulencias políticas de finales de los años 30.
La Feria Mundial de Chicago se celebraría entre 1933 y 1934, con motivo del centenario de la ciudad.
El tema conductor de esta feria sería la innovación tecnológica, y su lema sería «La ciencia encuentra, la industria aplica y el hombre se adapta», proclamando así el mensaje de que la ciencia y el estilo de vida estadounidense estaban íntimamente ligados.
Como elemento arquitectónico principal y protagonista del evento, Ralph Walker propondría el proyecto llamado la “Torre del Agua y la Luz”.
Esta torre de nada menos que 600 pies de altura, habría de ser construida nada menos que en aluminio y vidrio con cascadas de agua brotando de ella y que se estrellarían en el suelo creando grandes plumas de niebla. Curiosamente, esta rocambolesca idea ha sido rescatada de manera desafortunada en algún país asiático recientemente…
Esta torre estaría destinada a involucrar múltiples sentidos: por un lado el sonido (el sonido del agua), la vista (con la luz reflejada en las nubes de vapor de agua que se formarían) y el tacto (el vapor de agua y su sensación refrescante en la piel).
Hemos de admitir que fue una obra maestra de Walker, una propuesta idílica y un tanto onírica, pero también, tristemente, la última gran exploración en el rascacielos de la carrera de Ralph Walker.
Teniendo los pies en la tierra, durante la Gran Depresión, las realidades de costo y escala inhibieron incluso la proyección de este tipo de proyectos incluso sobre el papel.
La Feria Mundial de Nueva York se inauguraba el 30 de abril de 1939 en Flushing Meadows, Queens, un enclave del que se ha hablado bastante últimamente en este podcast.
Promocionada con el slogan de el “Mundo del Mañana”, acogería a delegaciones y pabellones de hasta 60 países, la Sociedad de Naciones, 33 estados de los Estados Unidos, varias agencias federales y de la propia Ciudad de Nueva York.
De acuerdo con este lema y temática futurista, se presentaban al público de la feria novedosos productos industriales y de consumo, tales como televisores, aparatos de aire acondicionado, medias de nylon y películas cinematográficas en color.
Siendo el socio de la firma, Voorhees, miembro del comité de selección de los diseños de los pabellones, no es de sorprender que enviara encargos a su propia empresa y así Walker supervisaría los proyectos junto con otros colegas del estudio, llegando a construir hasta siete pabellones para diversas compañías participantes, entre ellas General Electric, o la AT&T.
Los pabellones resultantes, hoy todos desaparecidos, representarán una forma de pensar y proyectar sobria, que tomaría su ejemplo de la racionalización del diseño industrial.
En cierto modo, escriben los historiadores que fueron deliciosas locuras, exploraciones de ideas geométricas simples a gran escala que buscaban simplemente captar la atención del público asistente a la feria.
La exposición de Arquitectura y Diseño organizada en el MoMA en 1932 sería un evento significativo en la historia de este museo y de la historia de la arquitectura moderna en un plano más general.
Sería esta la primera exposición de este tipo que se centraría únicamente en la arquitectura y el diseño y fue comisariada por el propio Philip Johnson, quien por entonces era el crítico de arquitectura asesor del museo.
Esta exposición mostraría el trabajo de 33 arquitectos y diseñadores provenientes de Europa y Estados Unidos y se dividía en seis secciones: Arquitectura, Urbanismo, Diseño Industrial, Mobiliario, Textiles y Diseño Gráfico.
La exposición destacaba la importancia de los principios modernos en la arquitectura y el diseño, incluyendo el funcionalismo, la simplicidad y el uso de nuevos materiales y tecnologías.
Algunas de las obras notables incluidas en la exposición fueron la Villa Savoye de Le Corbusier, el edificio de la Bauhaus de Walter Gropius en Dessau o Fallingwater de Frank Lloyd Wright a pesar de encontrarse Wright en un momento de declive de su carrera que no remontaría hasta las dos últimas décadas de su vida.
La exposición también mostraría diseños industriales como los muebles de acero tubular de Marcel Breuer.
Como nota predominante, el estilo internacional prohibía específicamente el ornamento, promoviendo en su lugar las líneas limpias de la Villa Savoye de Le Corbusier y las plataformas flotantes del Pabellón de Barcelona de Mies van der Rohe.
El auge del estilo internacional y la promoción de sus precursores los en Estados Unidos llegaron a tener enormes consecuencias para Walker y su firma en los años de posguerra, la cual, había sido totalmente excluida de esta muestra arquitectónica que se celebraba en la misma ciudad cuyo skyline ellos habían contribuído decisivamente a construir.
Para comprender este cambio de paradigma arquitectónico ocurrido en este tiempo de posguerra es necesario conocer el contexto asociado a él.
Mies van der Rohe y Walter Gropius fueron arquitectos alemanes que tendrían un gran impacto en la arquitectura de los Estados Unidos en el siglo XX.
Ambos llegarían a América en la década de 1930 después de haber sido forzados a abandonar Alemania debido al ascenso del régimen nazi.
Mies llegaba en 1938 para enseñar en el Instituto de Tecnología de Illinois en Chicago.
Posteriormente, en 1946, se convertiría en director de la Escuela de Arquitectura de dicha universidad, donde desarrollaría el plan de estudios que a la postre se convertiría en el modelo para la enseñanza de la arquitectura en prácticamente todo el mundo.
Durante su ejercicio profesional en Estados Unidos, Mies diseñaría algunos de los edificios más famosos del país, como el Edificio Seagram en Nueva York o el campus del Instituto de Tecnológico de Illinois en Chicago.
Durante este periodo, Ralph Walker parece estar atrapado en el pasado y continúa criticando abiertamente al Movimiento Moderno, perdiendo por el camino a amigos y la estima de muchos otros en este proceso.
Un ensayo de Walker publicado en 1930 sobre el papel del rascacielos en la vida urbana es una pieza fundamental en su pensamiento en la que racionalizaría el rascacielos como resultado lógico de la urbanización en curso y los desarrollos sociales contemporáneos.
Irónicamente, será una imagen del edificio Barclay-Vesey la que se utilizó como portada de la edición estadounidense en 1927 del libro «Hacia una nueva arquitectura» de Le Corbusier.
Sin embargo, el empleo de la arquitectura de Ralph Walker de formas escultóricas y ornamentación, definitivamente no era el tipo de arquitectura que Le Corbusier tenía en mente precisamente al escribirlo.
Y fueron las críticas posteriores de Walker contra él, a su juicio, con su estéril estilo internacional las que hicieron que el movimiento moderno y sus historiadores le borraran prácticamente de la historia de la arquitectura del siglo XX.
Opuestamente a la corriente mayoritaria, creía que un arquitecto debería preocuparse por la belleza y como apuntábamos, dividía el proceso de diseño arquitectónico en dos partes: primero, hacer que el edificio encaje de manera funcional; y segundo, hacer que funcione «espiritualmente».
Aunque moderno, Walker no era un modernista, y su insistencia en que la arquitectura debería tener un componente espiritual lo convirtió en un crítico vocal de los diseños austeros y tecnológicos de Le Corbusier y Gropius.
Del primero decía: «Le Corbusier es una paradoja», «Algunos de sus edificios son los más sorprendentes que he visto en mi vida. Edificios con curvas y detalles asombrosos y fascinantes».»Y, sin embargo, lo que escribió propugnaba un aburrimiento masivo, y tristemente fueron sus escritos, más que sus edificios, los que tuvieron una mayor repercusión».
Cuando se reanudó la construcción de rascacielos después de la Segunda Guerra Mundial, la tendencia imperante se había alejado drásticamente de los revestimientos de ladrillo y piedra, pasando a predominar el muro cortina de vidrio, un tipo de edificio al que Walker siempre se opuso por motivos estéticos y funcionales.
Valga como muestra la guia de arquitectura de Nueva York de 1952, que sorprendentemente pasaba de puntillas sobre los edificios Art Deco.
Así, durante las décadas de 1940 y 1950, Walker se centraría en otro problema tipológico: el laboratorio de investigación suburbano.
Aunque los resultados fueron limpios, eficientes e inteligentes, como cabría esperar de él, eran obras en cierto modo insulsas en comparación con las románticas montañas de su ciudad construidas durante los años 20.
Era como si estuviera tratando de ponerse a disgusto al día con un estilo internacional, el cual no le gustaba y del que desconfiaba.
Ralph Walker se convertiría en presidente del AIA, el American Institute of Architects, la principal asociación profesional de arquitectos en Estados Unidos en 1949 y durante su presidencia, jugó un papel decisivo en esta asociación profesional.
En 1957, con motivo del centenario, la organización reconoció el extraordinario servicio de Walker a la profesión creando un galardón especial para él: la Medalla de Honor del Centenario de la AIA.
El titular de The New York Times que informaba sobre el premio apodó a Walker como «el Arquitecto del Siglo».
Para conmemorar este evento, Walker también escribiría y publicaría una autobiografía.
Sin embargo, en 1960 renunciará abruptamente al cargo y la membresía al AIA tras un conflicto relacionado con la deontología profesional.
El AIA acusaría a un miembro de su firma de actuar de «manera poco profesional» al arrebatar de forma poco ética un encargo que inicialmente había sido adjudicado a otro estudio.
Si bien finalmente se demostraría que Walker no tenía ninguna responsabilidad en el caso y finalmente se reincorporaría al AIA, él destruyó su Medalla de Honor recibida unos años antes contrariado por el desafortunado incidente.
Walker quedaría devastado por esta controversia e incluso publicaría un manifiesto público en el que defendía su reputación, e incluía en él gran parte de la correspondencia relacionada con el incidente, que envió a todos los miembros de la asociación profesional.
Los años 60 serían una década difícil y dolorosa.
En 1959, se retirará formalmente de la profesión y de la firma en la que permaneció durante tantos años, ya denominada por entonces Voorhees, Walker, Foley, Smith & Smith, pero aún así, permanecería relativamente activo dentro de la profesión a modo de consultor emérito para la nueva firma que sucedería la suya, denominada Haines, Lundberg & Waehler conocida actualmente en el sector de la arquitectura como HLW International.
Aún así, sus circunstancias personales se hallaban plagadas de dificultades: su esposa, Stella, padecería importantes problemas psiquiátricos durante todo el período de posguerra.
A la naturaleza última de dichos problemas se alude en las notas personales de Walker, pero finalmente Lysette, como Walker la llamó siempre, sería ingresada el Sanatorio Four Winds en el condado de Westchester en 1963 iniciándose la época más sombría si cabe en la vida del arquitecto. Ella, finalmente fallecería en esta institución en 1972.
En 1973, la leyenda de Walker adquirirá un tinte final dramático y, sobre todo, trágico.
El 17 de enero de ese año discurría como otro día cualquiera, con Walker acudiendo a las oficinas de Haines, Lundberg & Waehler en Manhattan a media mañana para saludar y charlar con antiguos colegas de profesión tras llevar ya más de una década retirado de la profesión.
Más tarde ese mismo día, regresa a su domicilio y….
Se comentaría en los círculos profesionales próximos, que Walker había sido diagnosticado recientemente de un tumor cerebral, algo que oficialmente tampoco se llegó a confirmar.
La leyenda y los rumores también dicen que para el último acto de su vida, fundió la plata de la medalla recibida hace más de una década de parte del AIA y forjó con ella la bala con que pondría fin a su vida.
Siempre dramático e iconoclasta, Ralph Walker había dejado escritos, años antes, su propio obituario para ser leído en su funeral.
En él, afirmaba que : «Lo único que es común en todos nosotros es el asombro que subyace al orden del universo…».
Uno se pregunta si Walker, al planificar su muerte, eligió como parte de sus últimas voluntades el ser enterrado con sus padres, en Ridgefield, Connecticut, no sólo por razones familiares, sino también porque a unos pocos metros de distancia, en el mismo cementerio, se halla la tumba de otro maestro del diseño de edificios del siglo XX. : el arquitecto Cass Gilbert.
Así, un cementerio rural relativamente pequeño, que contiene alrededor de 625 tumbas, alberga los restos de dos de los arquitectos americanos más importantes del siglo XX, pero Cass Gilbert ya será el tema para otra historia…
Ralph Walker fue un diseñador excepcionalmente dotado que transformaría el ejercicio de la arquitectura de la firma a la que se incorporó y creía apasionadamente en el poder de la arquitectura para crear entornos humanos y hermosos para disfrute de los habitantes de las ciudades.
Las colaboraciones con otros profesionales que alimentaron sus diseños ayudarían a forjar un nuevo lenguaje para la arquitectura en un momento crítico de la historia estadounidense que hoy casi un siglo más tarde podemos todavía ver erigido en las calles de Nueva York.
Ese lenguaje era una forma distinta de modernismo estadounidense, arraigado en el principio de un profundo respeto por las personas que usaban y experimentaban los edificios, pero también hacia las personas que los construían también.
Al diseñar sus edificios Walker buscaba un medio para entrelazar la creatividad con la producción en masa. «Un buen trabajador no es anónimo», y escribiría «la mente humana, la mano humana, son fundamentales para la fabricación de la máquina».
Ignoradas durante casi cuarenta años, las torres art deco de Nueva York de la década de 1920 no comenzaron a ser relevantes de nuevo en el ámbito público hasta prácticamente los años 70.
El posmodernismo haría que la atención volviera a fijar su atención sobre el ornato de nuevo.
Así, Rem Koolhass, en su libro «Delirious New York», traza una distinción entre el modernismo y lo que él llama «manhattanismo», un estilo de fantasía hedonista de «hiperdensidad».
Escribía también el viejo Rem: «Manhattan ha inspirado constantemente en sus espectadores el éxtasis por la arquitectura. A pesar de esto, o quizás debido a ello, su relevancia e implicaciones han sido constantemente ignoradas y suprimidas por la profesión arquitectónica».
Desde este punto de vista, Ralph Walker puede ser visto como uno de los principales exponentes del manhattanismo.
En 2012, una exposición organizada por los promotores inmobiliarios que transformaron uno de sus edificios en apartamentos de lujo, la ahora llamada torre Walker, en la calle 18, el corazón de Chelsea, logró reivindicar y sacar a la luz pública la figura de este arquitecto que pienso merecería ser mostrado al público en alguno de los grandes museos o instituciones culturales de esta ciudad.
Esto es realmente poco para reivindicar la memoria de la obra de un arquitecto esencial en la configuración del skyline actual de Nueva York hoy en día, cuando existen algunas voces dentro del panorama de la arquitectura actual que se están alzando para criticar el excesivo culto al movimiento moderno que ha atenazado la práctica arquitectónica según muchos.
Hoy por hoy, y es algo ya establecido desde hace ya décadas, el llamado Art Deco quizás es una corriente con la que la gran mayoría de arquitectos, formados principalmente en escuelas de todo el mundo, basadas fundamentalmente en los preceptos del movimiento moderno, no se sientan cómodos a la hora de verlo como algo más que una vistosa y efímera tendencia estética comprendida dentro de un ciertamente brillante pero también algo alocado y decadente pasado cercano.
Pero no son sólo sus edificios los que están siendo recuperados y reivindicados, sino también la propia reputación profesional de Ralph Walker.
Detenerse ante sus edificios y entender sus volúmenes, contemplar sus detalles, acceder a ellos cuando ello es posible para estudiar esa dedicación a comunicar un mensaje al usuario, que tanto él como sus colaboradores imprimieron en esta arquitectura, merece la pena.
Es revelador considerar cómo factores como las corrientes arquitectónicas y los cambios en la economía y la cultura pueden afectar de manera drástica en la percepción pública de los arquitectos y su trabajo.
En cualquier caso, somos afortunados, más de medio siglo después de la desaparición de Ralph Walker, de poder caminar por Nueva York descubriendo y contemplando y paladeando su arquitectura.
Además, hoy en día nos es posible estudiar su legado, gracias a los académicos e investigadores de su obra, como la profesora de Historia de la Arquitectura Americana, doctora Kathryn E Holliday que en 2012 publicaba en Rizzoli el libro “Ralph Walker, Architect of the Century” una publicación fundamental para conocer y adentrarse en la obra de esta figura tan determinante para la imagen construida de Nueva York y al que quizás, la ausencia de sucesores familiares condenó a carecer de voces que reivindicasen su legado tanto construido como intelectual.
Al igual que yo, te invito a emprender ese viaje y descubrir sin prejuicios a importantes figuras y grandes profesionales, hombres y mujeres destacadas en todos los campos, como lo fue sin duda Ralph Walker, el gigante olvidado de la arquitectura americana, y aprender, en la medida de lo posible, sobre su gran contribución a la historia de ésta.
Para saber más puedes escuchar el podcast desde el reproductor situado al inicio de este artículo.
Con motivo del décimo aniversario desde la publicación del primer podcast de Un Minuto en Nueva York, lanzamos la propuesta nuestra audiencia de enviarnos sus audios con opiniones e impresiones sobre esta década del podcast.
Muchas gracias a todas y todos los que habéis sido tan amables de contribuir.
Traemos hoy al podcast la historia del edificio One Times Square, el cual ha moldeado a lo largo de su existencia el carácter del entorno de la ciudad en que se ubica.
Podcast: One Times Square. El no-edificio en el centro de todoThe New York Times Building under construction at 1 Times Square.
Podcast: Un nuevo estadio para el fútbol en QueensFoto: New York City FC / MLS
Traemos hoy al podcast las últimas noticias sobre el nuevo estadio que pronto empezará su construcción en Willets Point (Queens) para el NYC Football Club.
Treaemos al podcast hoy la última polémica generada en torno a la construcción del edificio en el 262 de la 5ª Avenida de Manhattan que ha bloqueado las vistas que sobre el Empire State Building se tenían desde el entorno del Madison Square Park.
Podcast: Flaco, el búho real que quiso ser libre y Bird Friendly DesignFlaco sobre un water tank (The New York Times)
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Traemos al podcast hoy la historia de Flaco, el búho real euroasiático que en un acto vandálico fue liberado del zoo de Central Park y durante un año vivió libre en las copas de los arboles y los cielos de Central Park.
También tratamos la LL15 que introdujo medidas de diseño destinadas a paliar el riesgo de colisión de las aves con superficies acristaladas de los edificios.
Podcast: Little Spain. La desvanecida huella de España en Manhattan
Carátula del film «Little Spain» de Artur Balder
Traemos hoy al podcast la historia de Little Spain, el barrio en el corazón de Manhattan formado por españoles a partir de la segunda mitad del siglo XIX y que a finales del XX se desvaneció sin dejar demasiados rastros de su existencia y vibrante pasado.
Vuelve el podcast de Un Minuto en Nueva York para traer la histora del One Seaport o 161 Maiden Lane, la torre residencial que actualmente permanece inacabada en el lado oeste del bajo Manhattan tras descubrirse una desviación de 8 centímetros en su coronación respecto a la teórica vertical.
Escúchalo aquí:
Podcast: Nueva York ya tiene su propia torre inclinada
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Es difícil que no hayas oído hablar de la Torre Inclinada de Pisa y la historia que la llevó a tener su característica inclinación, e incluso es posible que alguna vez la hayas viajado a Italia para visitarla, incluyendo la inevitable pose para la foto en la que nos entregamos por completo a la originalidad del turista de masas y la sostenemos en su inestable equilibrio, únicamente con nuestra mano o incluso un solo dedo.
En tiempos más recientes, es posible también que hayas oído o leído noticias sobre la llamada Millennium Tower de San Francisco, una torre residencial de 197 metros de altura, que en 2016 saltó a primera plana por sus problemas tanto de hundimiento como por la ligera inclinación que el edificio estaba comenzando a experimentar y que de esa forma ocuparon horas en espacios informativos e infinidad de páginas en redes sociales.
Algo que en principio se nos antoja tan pesado, masivo y estable como es un edificio de múltiples plantas y decenas de metros de altura sobre el nivel del suelo, nos puede resultar turbador y hasta inconcebible que sea susceptible sufrir este tipo de movimientos no previstos por sus diseñadores y por parte de sus elementos estructurales y de cimentación..
Nueva York, como casi siempre, no será tampoco en este caso una excepción respecto a estos hechos excepcionales, y que en ocasiones traen al primer plano informativo el mundo de la arquitectura, la ingeniería y la construcción en general, aunque no sea por los motivos que todos quisiéramos..
A orillas del East River y la autopista de circunvalación del este de Manhattan, la llamada FDR Expressway, en el frente marítimo oriental de está isla, se erige hoy en día inacabada y desnuda, la estructura del edificio destinado a denominarse One Seaport, una torre de 60 de plantas concebido para ser contenedor de algunas de las residencias más valoradas de la ciudad, un rascacielos residencial promovido por la compañía Fortis Properties y diseñada por la firma Hill West Architects.
El proyecto, con sus más de 80 apartamentos de super lujo y fastuosas amenities para los residentes, tales como su anunciado a bombo y platillo club de fitness y spa o su infinity pool entre otras, comenzaba su construcción en el mes de Julio de 2015 con el inicio de los trabajos de cimentación.
Ya durante el año siguiente, en 2016, las ventas sobre plano de los apartamentos había alcanzado ya una cifra de contratos firmados de más del 20% del total de los apartamentos en su primer día de comercialización.
Por entonces, y vislumbrando un futuro prometedor para el desempeño financiero de este proyecto, la fecha de entrega a los compradores se hallaba fijada para principios del año 2018.
Pero ya desde muy pronto desde su comienzo, el proyecto discurriría de forma un tanto accidentada en el plano legal en lo referente al nombre adoptado de One Seaport Residences, nombre con el que los promotores decidieron bautizarlo para su comercialización.
Los propietarios de un edificio cercano, en el 199 de Water Street, llamado One Seaport Plaza, interpondrían en los tribunales de justicia una demanda contra los promotores del nuevo edificio por un supuesto infringimiento de marca registrada.
Tras algunas negociaciones, las partes finalmente acordarían de forma extrajudicial que Fortis podría comercializar el edificio con el numeral de One Seaport durante un determinado periodo de tiempo, periodo tras el cual, el edificio debería volver a ser comercializado bajo su dirección original, es decir, el 161 Maiden Lane.
Hoy por hoy, a simple vista desde el lado opuesto del East River, en Brooklyn, o desde sus propias aguas al navegar en ellas, éste nos podría parecer como cualquier otro proyecto de construcción en el distrito financiero de la ciudad
Pero dado el periodo de tiempo ya en el que la construcción del mismo se ha visto detenida, descubrimos cual es el motivo de este ya significativo parón en las obras.
Como un premonitorio prólogo a nuestra historia de hoy, podríamos mencionar que tras el inicio de las obras, estas se desarrollarían durante los dos años siguientes con repetidos incidentes en cuanto a violaciones del reglamento de la construcción local que rige es actividad en Nueva York, el llamado Building Code, habiendo decretado el departamento de edificios de la ciudad hasta 10 violaciones del mismo en materias como de seguridad laboral y del entorno.
Pero la más grave de ellas sucedería en septiembre de 2017 cuando un trabajador perteneciente al subcontratista suministrador del hormigón estructural fallecía tras precipitarse accidentalmente desde la planta 29 de la estructura en construcción.
La posterior investigación determinaría que una deficiente colocación del arnés de seguridad produjo un enganche inadecuado en una de las estructuras del andamiaje y la posterior rotura de la línea de fijación al mismo.
Con este trágico acontecimiento, y tras 3 meses durante los cuales la obra estuvo detenida por las autoridades tras la aplicación de la llamada Stop Work Order, los trabajos se reanudan en el mes Diciembre de 2017, pero no mucho después, otro nuevo incidente en el que una cuba de hormigón fresco que estaba siendo izada para su colocación uno de los pisos, impacta inesperadamente con el forjado del piso 34, lo cual hace que parte de su contenido se precipitara a la vía pública circundante al edificio, esta vez, eso sí, y de manera providencial, sin tener que lamentar ningún daño personal.
Este incidente provocaría un nuevo parón forzado en los trabajos hasta que se esclarecieran las causas y se verificaran las condiciones para que no se volvieran a repetir.
En septiembre de 2018, el edificio completa su estructura con la tradicional puesta de bandera en su coronación.
Pero poco meses antes de esto, en abril, un subcontratista encargado de la instalación de los muros cortinas de fachada, en el proceso de su comprobación de medidas, advertía de la dificultad de instalación y operación de sus paneles y ventanas debido a un problema totalmente inesperado y a priori impredecible:
Tras una serie de observaciones, comprobaciones y de más precisas medidas, se constataba que el edificio, ya entonces próximo a su coronación, presentaba una desviación en su parte más alta de tres pulgadas, aproximadamente 8 centímetros, con respecto a la teórica vertical, estando inclinado hacia el lado norte.
Quizás esta desviación no parezca una cantidad determinante en un edificio cuya altura total es de 205 metros, pero a la postre hemos sido testigos de que se trata de una desviación lo suficientemente acentuada como para dejar un rascacielos nuevo y en construcción, abandonado durante años ya en este momento antes incluso de su finalización.
A día de hoy, con la construcción en punto muerto y donde ninguna de las partes involucradas quiere admitir la responsabilidad alguna del hecho, el escenario resultante es el de las distintas partes inmersas en un complejo proceso legal de demandas cruzadas.
El que se suponía que sería uno de los edificios más envidiados, con algunas de la más hermosas vistas hacia el sur de Manhattan y sobre el East River e incluso el icónico y próximo puente de Brooklyn, el 161 Maiden Lane, torre de 205 metros que también estaba destinado a ser el rascacielos residencial más alto de la costa este, con sus apartamentos valorados entre 1 y 7 millones de dólares, se había convertido irremisiblemente en uno de esos símbolos de lo que nadie quiere, pero que puede salir mal en un proyecto.
Para aquellos ajenos a la ingeniería y la arquitectura, diremos que la cimentación es la parte de un edificio que se encuentra generalmente a nivel del suelo o debajo de él, y que naturalmente proporciona la necesaria base sólida para transmitir a este suelo las distintas cargas que sobre el edificio actuarán, tales como su propio peso con los materiales que lo componen, la de sus ocupantes y los objetos que dentro de él utilizan así como las tan determinantes acciones del viento sobre sus fachadas, o incluso, en ocasiones, los efectos sísmicos del suelo sobre el que se levanta.
Básicamente, diríamos que al construir un edificio, antes de construir hacia arriba, generalmente hay que construir hacia abajo para asegurar un final exitoso y exento de incidentes indeseables a nuestro proyecto.
A veces, al plantear un edificio sobre el terreno, tendremos la fortuna de hallarnos frente a un suelo lo suficientemente resistente al nivel más superficial e incluso podría ser necesario excavar únicamente unos pocos centímetros para alcanzar el deseable estrato del suelo resistente que lo soportará.
Otras veces, sin embargo, dada la menor capacidad portante del suelo, bien por estar compuesto por sustratos formados por materiales de relleno y vertidos, por turbas, limos o las tan temidas arcillas expansivas, será necesario alcanzar mayor profundidad en el terreno hasta encontrar una base sólida que dé soporte a nuestro edificio.
Esta necesidad de una base firme se verá más acentuada cuanto más grande, más alto y consecuentemente más pesado sea nuestro edificio.
En el caso de un rascacielos de 60 plantas como el One Seaport, la lógica nos lleva a pensar que la solución idónea sería el construir, o bien profundos pozos de cimentación -denominados aquí caissons- o en el caso de que esta profundidad a alcanzar sea incluso mayor, pilotes de cimentación que como columnas incrustadas en la tierra se extenderán hasta la profundidad necesaria donde entrarán en contacto, bien por medio de su extremos, o por la fricción de sus lados, con el sustrato resistente de ese terreno.
Esto, por otra parte, implica o bien realizar profundas y costosas excavaciones o el empleo de voluminosa maquinaria que ha de acceder y operar en la zona de construcción, siendo en este caso, el distrito financiero de Manhattan, una de las partes más densas de la ciudad, con relativamente angostas calles de acceso respecto al trazado regular del resto de Manhattan e incluso en algunos casos presentando sinuosos trazados, como herederos persistentes de las originales calles de la primitiva colonia de New Amsterdam.
Como posible alternativa, y siguiendo elaborados procesos químicos y geotécnicos desarrollados durante décadas, en caso de que un suelo sea demasiado débil o no cumpliese con los niveles requeridos para el apoyo de cimentaciones superficiales, se puede llegar a tratar para mejorar así su resistencia, a veces mediante la adición de productos químicos o bien incorporando y mezclando otros materiales en el suelo existente, alcanzando así los valores aceptables y así poder evitar el acometer cimentaciones profundas, significando así una mayor simplicidad de ejecución y por consiguiente, una reducción en los costes.
Pero a pesar de que estos métodos se estudian habitualmente en las escuelas de arquitectura e ingeniería civil, el enfoque más común y probado, es optar por la vía de los pilotes, que si bien son más caros de construir como decíamos, pero que generalmente ofrecen unos niveles de fiabilidad y confianza mayores a su diseñador.
El solar donde se erige hoy el One Seaport se halla, al igual que gran parte del perímetro y líneas costeras de la isla de Manhattan, en una zona compuesta por materiales de relleno que fueron ganando superficie a las aguas del East River ganándola para la ciudad, unos materiales de relleno que datan de principios del siglo XVIII.
Con el sustrato resistente de roca situado entre 132 y 166 pies de profundidad por debajo del nivel de calle, al comienzo del diseño del proyecto se realizaron estudios para incorporar a éste soluciones de cimentación profunda, tal como los mencionados pilotes perforados y los caissons que son tan comunes y generalmente estándar en este tipo de estructuras de gran altura.
Las mencionadas dificultades asociadas con la perforación de elementos a tales profundidades debido a la maquinaria a emplear, el acceso al solar y otros diversos factores, provocarían que las ofertas recibidas para la ejecución de este tipo de cimentación profunda resultaren extremadamente costosas por parte de los contratistas que pujaban por la obtención del contrato de construcción de estas cimentaciones a juicio de los promotores.
En búsqueda de una alternativa económicamente más ventajosa, finalmente se optó por el sistema alternativo de mejora del suelo, que si bien no es el más habitual para soportar estructuras de gran altura, fue finalmente aceptado y avalado por los ingenieros a cargo de el análisis geotécnico del suelo y las recomendaciones del sistema a emplear.
La solución adoptada utilizaría para la mejora de este suelo una inyección de lechada especialmente diseñada para estos fines, alcanzando con ella hasta profundidades de 55 pies.
WSP, el consultor geotécnico y el contratista especializado en la cimentación, la compañía Hayward Baker, colaborarían en el diseño y análisis de este sistema de mejora del suelo que buscarían proporcionar la resistencia y rigidez capaces de soportar una masiva losa continua de hormigón armado como base portante del edificio.
Según la demanda ahora en menos de los tribunales, estos especialistas optaron por la estrategia de la mejora del suelo en lugar de la convencional de los pilotes profundos, supuestamente, para conseguir un importante ahorro al promotor, Fortis, de la nada despreciable cantidad de 6 millones de dólares respecto a las opciones de cimentaciones profundas ofertadas.
Más tarde, la empresa constructora involucrada en el proyecto, el contratista general, Pizzarotti, que fue contratada para la promoción con posterioridad a que la cimentación ya se hubiese construido, afirma que no se le había revelado en ningún momento los detalles sobre el método utilizado para esta cimentación antes del inicio de la construcción sobre rasante de la torre.
Posteriormente, y a medida que avanzaba la construcción, supuestamente, una estimación incorrecta sobre el comportamiento del suelo mejorado al entrar en carga bajo el edificio que se estaba erigiendo, provocaría el funesto asentamiento diferencial de una parte de la losa base y esto, supuestamente, sería lo que causó la conocida inclinación de 8 centímetros del edificio respecto a la vertical.
Pizzarotti afirmó en el proceso judicial que el edificio seguirá inclinándose si no se acomete alguna medida correctora sobre la losa de cimentación, lo cual podría crear un riesgo de desprendimiento y caída de los paneles de muro cortina de fachada que habían sido ya instalados y que hoy todavía permanecen en parte, así como de corrosión de diversos elementos o incluso fallos en el funcionamiento de los ascensores debido a la falta de verticalidad de sus recorridos.
Como resultado de este intercambio de acusaciones, la compañía constructora afirma también que ante el descubrimiento de la anomalía, ésta rescindió unilateralmente su contrato con el promotor Fortis.
Fortis, por su parte, reconocería que el edificio tenía efectivamente un «problema de alineación», pero asegura también que ese no es motivo de preocupación en cuanto a la seguridad e integridad estructural del mismo.
La compañía también afirmó que Pizzarotti nunca rescindió realmente su contrato y que,de hecho, continuó trabajando en la construcción del edificio tras el desafortunado descubrimiento.
¿Qué depara el futuro cercano a este edificio? Evidentemente, es difícil dar un pronóstico mientras el asunto siga en manos de los tribunales de justicia.
Podría seguir mostrándose durante años sobre el skyline del bajo Manhattan como un esqueleto de hormigón armado inacabado, testigo de una serie de malas decisiones movidas quizás por la búsqueda de un mal entendido ahorro presupuestario en uno de los elementos de los edificios donde nunca se debería de escatimar recurso alguno, si es que se demuestra que el método de mejora del suelo y su cimentación son los responsables de la accidental inclinación.
Quizás, en un futuro no lejano, podría llegarse a una solución técnica que estabilizase permanentemente la estructura y el edificio se completase como finalmente sucedió en el caso de la Millenium Tower de San Francisco, donde 18 nuevos pilotes han estabilizado el edificio, permitiendo su finalización y ocupación.
Actuar sobre las cimentaciones es un procedimiento relativamente común en la resolución de patologías de la edificación, especialmente en pequeños edificios pero es algo extremadamente desafiante en un rascacielos de 60 plantas, tanto en el plano técnico como en el económico.
Aún así, todos los expertos consultados coinciden al apuntar que para acometer una solución al problema, el primer paso ha de ser determinar con toda certeza cuál es el origen del síntoma, que evidentemente es la desviación de la torre respecto a la teórica vertical.
Sería entonces cuando se podrán determinar las posibles medidas de subsanación y adaptación de los sistemas del edificio a una posible mínima desviación que bien podría ser permanente.
Esta claro que si la inclinación fue provocada por las fuerzas de empuje y succión ejercidas por el viento, que entonces actuaban prácticamente sobre un desnudo esqueleto estructural y vacío, y fue capaz de empujarlo de esa manera provocando el asentamiento diferencial e inclinación, la instalación de muros cortina de fachada no traería otra consecuencia más que multiplicar el efecto vela de barco de la misma, lo cual acabaría agravando el problema aún más si no se hubiera subsanado la debilidad en el apoyo del edificio sobre el suelo de Manhattan.
De hecho, diversos informes apuntan al hecho que parte de los paneles de fachada habrían sido desinstalados en 2020 como manera de no agravar la incidencia de la presión del viento sobre la estructura.
El promotor afirma que todo lo que se necesita para arreglar 161 Maiden Lane es un rediseño de la fachada de vidrio para adaptarla a las condiciones actuales, pero hasta que se conozca la raíz última del problema, no se podrá determinar realmente la mejor manera de solucionarlo.
En todo caso, parece claro según afirman expertos, que el edificio no se encuentra al borde de ningún colapso en este momento y se entiende que reune condiciones aceptables para la seguridad de la ciudad y los habitantes de sus alrededores.
Pero cuanto más tiempo permanece esta estructura en el actual estado de abandono, más costoso se vuelve, y eso es algo que ahora, en este estado de estancamiento y batallas legales, nadie quiere asumir.
De momento, se sabe que casi todos los compradores potenciales que en su día se habían comprometido como futuros propietarios, han cancelado sus acuerdos.
Aún está por verse si esta torre inclinada podrá volver a estar enderezada o incluso finalizada. Mientras tanto, permanece desnuda e inacabada en el siempre cambiante horizonte de la ciudad, creando una mácula en su skyline al que tantas veces nos hemos parado a contemplar.
A día de hoy, si bien el esqueleto gris de One Seaport se erige ya como un hito distintivo más del skyline del bajo Manhattan, también encarna en su imagen las consecuencias y dificultades imprevistas que pueden surgir al traspasar los límites razonables de la prudencia en la construcción.
En su imagen inacabada y circunstancial inclinación, realmente imperceptible a la vista del observador, se nos ofrece como un claro recordatorio de que incluso nuestras creaciones más audaces pueden estar teñidas de complicaciones imprevistas, añadiendo una capa aleccionadora a la historia de la ambición arquitectónica.
Volviendo a las calles de Nueva York y a Grand Central, hablamos hoy de la nueva apertura de la estación Grand Central Madison mediante la cual el Long Island Railroad se conecta finalmente con Grand Central Terminal
Estrenando un nuevo año del podcast, iniciamos con otro de los personajes característicos de las calles y aceras de Nueva York: los vendedores ambulantes de frutas y verduras, o como coloquialmente se les ha venido a llamar, The Fruit Guy.
Son las 4 de la mañana de un día laborable cualquiera.
En la todavía penumbra de las horas previas al amanecer de un nuevo día, posiblemente en algún lugar de Queens, Brooklyn o el Bronx, sale por la puerta de su apartamento uno de nuestros protagonistas.
Tras cerrar la puerta tras de sí, camina por las calles todavía silenciosas y casi vacías, hasta la estación de metro más próxima para tomar su habitual tren hasta Manhattan.
Una vez allí, ocupará su puesto al frente del fruit cart que o bien regenta o donde trabaja como empleado, en alguna calle o avenida que cuente con una buena afluencia de público, tanto de residentes como de los trabajadores que allí acudan a diario a sus puestos, y que por tanto propicie un potencial volumen de negocio deseable.
Desde ese momento, y hasta el final de su larga jornada, se convierte por unas horas, mientras atiende diligentemente a su clientela, habitual u ocasional en The Fruit Guy.
Nuestros protagonistas, hombres y mujeres que despachan productos agrícolas en las calles de Nueva York en sus característicos fruit carts, probablemente sean originarios de lugares tan distantes como Bangladesh, Pakistán, Turquía, algún país centroamericano o incluso México.
Determinar exactamente cuántos puestos y carros de venta de frutas operan en las calles de Nueva York es hasta cierto punto un enigma, dado que los registros oficiales no diferencian entre los distintos tipos existentes dentro de los más de cinco mil vendedores de alimentos autorizados que existen, pero este número es lo suficientemente importante como para haberlos convertido en una faceta integral e icónica del paisaje de las aceras.
Chelsea, Tribeca, el Upper West Side o el Distrito Financiero son algunas de las ubicaciones posibles donde podremos encontrar a nuestros protagonistas al frente de estos establecimientos móviles callejeros de venta de fruta.
Localizaciones, en el caso de Manhattan donde su clientela, aparte de ser los propios vecinos que optan por un comercio local y de proximidad, y que establecen relaciones cotidianas de confianza con estos comerciantes callejeros, suele estar además compuesta por los trabajadores de los negocios y también oficinas que se encuentran en los alrededores, sin olvidar, claro está, a los visitantes de la ciudad en los meses donde esta afluencia es más acentuada.
No nos será difícil encontrarnos y en ocasiones hasta oirles con sus pegadizas frases y vivaz verborrea para atraer la atención del potencial cliente.
Algunos, como Cihan Hamak, un vendedor de origen turco que opera uno de estos establecimientos en el Upper West Side de Manhattan utiliza las plataformas sociales como Instagram para la promoción de su negocio e incluso protagonizó en 2020 un documental titulado “The Fruit Guy” narrando sus experiencias trabajando a pie de calle despachando sus frutas y verduras.
Otro clásico del género en los últimos tiempos son las llamadas “Mango Lady”. Estas vendedoras de mango cortado se pueden encontrar a menudo en el centro de la ciudad durante las horas pico u otras áreas de mucho tráfico peatonal, tales como el Midtown, Penn Station o Union Square.
Los mangos y sus vendedoras aparecen en nuestras calles generalmente cuando el clima se vuelve más benigno y permanecen con nosotros durante todo el verano.
Estos mangos son cortados con gran habilidad en rodajas, se sirven dentro de una bolsita de plástico con cierre y se ofrecen con una variedad de aderezos y condimentos, generalmente lima, sal o incluso salsa picante.
Estas raciones de mango varían en su precio dependiendo de qué tan turística sea el área donde queramos adquirirlas, pero generalmente se mueven alrededor de la franja de los 5 dólares.
Pero si bien es quizás la estampa más visible y característica, no son estos vecindarios de Manhattan las únicos donde los fruit carts están presentes y juegan un papel esencial en el comercio local y los hábitos de consumo de muchos neoyorquinos.
El programa de Green Carts
Manzana, la fruta estrella en el estado de Nueva York, naranjas, plátano, sandía, tomates o uvas, es solo una pequeña muestra de la variedad que podemos encontrar en estos puestos callejeros de venta de fruta sin tampoco dejar de lado a variedades más singulares y con acentos más tropicales y exóticos.
Hoy por hoy, ya nadie pone en duda la necesidad de ingerir una dieta variada y de la que sin duda la fruta y las verduras han de ser una parte indispensable.
La obesidad y la diabetes, a menudo plagan muchas ciudades del mundo desarrollado hoy por hoy, no siendo Nueva York una excepción, donde un alto porcentaje de los niños en edad escolar se pueden considerar como obesos en mayor o menor grado.
Una de las principales causas de estas deficiencias nutricionales, al igual que en otras ciudades, es la falta de acceso a la compra de frutas y verduras frescas en comunidades y vecindarios considerados como de bajos ingresos.
En 2008, la administración municipal del entonces alcalde Michael Bloomberg lanzaba el llamado programa “NYC Green Cart” para tratar mitigar esta plaga y llevar los productos frescos y a precios razonablemente asequibles a los llamados “desiertos alimentarios” o “food deserts” encuadrados en estas zonas económicamente más desfavorecidas de la ciudad.
Esta iniciativa municipal a su vez formaba parte de un paquete de medidas que se combinaban con otras, con ramificaciones y conexiones incluso con la normativa urbanística, tal como es el denominado FRESH program, el cual incentiva la promoción inmobiliaria con la concesión de edificabilidad adicional a los proyectos a cambio de promover establecimientos comerciales de acceso a productos frescos, un programa del que ya se ha hablado en ediciones anteriores de este podcast.
La meta inicial del programa Green Carts era la concesión de hasta 1,000 permisos de actividad a vendedores ambulantes, con hasta 350 de ellos destinados principalmente al Bronx, una comunidad donde los estudios arrojan como resultado las tasas de obesidad más altas en el estado de Nueva York.
Otras 350 concesiones se destinarían para Brooklyn, 150 para Manhattan, 100 para Queens y otras 50 para Staten Island.
Resultados esperanzadores
Aunque no todos los Green Carts inicialmente incluidos en el programa, continúan a día de hoy operativos, un estudio después de 10 años, de la Universidad de Columbia arroja algunos datos reveladores y hasta cierto punto esperanzadores. De ellos se podría destacar que el 71% de los clientes encuestados informaron sobre un mayor consumo de frutas y verduras frescas desde que compraron en un Green Cart.
El 63% de los clientes se habían convertido en clientes “habituales”, al menos una vez por semana, de los Green Carts.
También, el 68 % de los clientes contaba con ingresos estables de menos de aproximadamente el 200 % del nivel federal de pobreza y el 92% declaraba que la ubicación y los precios son dos razones principales para comprar en los Green Carts.
En una reciente revisión de la reglamentación del programa, y a partir del 27 de agosto de 2022, los llamados Green Carts podrán ahora además ofrecer y vender variedades de comestibles adicionales, aparte de las ya tradicionales frutas y verduras crudas enteras y sin cortar, como son los frutos secos crudos y frutas y verduras en rodajas o ya troceadas, eso sí, únicamente si el carro o vehículo de venta cuenta con equipo de refrigeración para mantener los alimentos pre-envasados fríos.
Quién los opera
Es en vecindarios como estas áreas urbanas desfavorecidas donde este comercio ambulante y de proximidad es esencial para un acceso básico a alimentos saludables, allí precisamente donde las cadenas de alimentación y supermercados locales no ven rentable la apertura de sus centros de venta.
Tampoco encontraremos aquí los Green Markets o farmer’s markets, donde productores locales de zonas limítrofes se dan cita en lugares como Union Square o Grand Army Plaza en Brooklyn para ofrecer productos generalmente de tipo orgánico y con niveles de producción limitados y que consecuentemente vienen acompañados de precios más altos que los productos que habitualmente se distribuyen en los canales comerciales principales.
Este comercio ambulante, además es a veces una de las pocas oportunidades de integración en el mercado laboral y de establecerse como pequeños comerciantes para muchas personas y obtener una fuente de ingresos propia más o menos estable, que de otra manera sería más complicado, cuando incluso a veces esto se combina con situaciones de estatus migratorios irregulares.
Ubicado a solo unas pocas millas de uno de los focos de la alta cocina mundial, el vecindario de East New York, Brooklyn, es uno de estos desiertos, una designación para un área que tiene más fácil el acceso a comida rápida, licorerías y tiendas de conveniencia que a opciones de alimentos saludables.
Vecindarios como este están repletos de los mal llamados delicatessen y bodegas que en su mayoría despachan únicamente productos envasados o empaquetados y como mucho, si tienen suerte, algunas cestas con algún que otro plátano o algunas tristes cebollas.
Los food deserts también son de hecho algunos de los vecindarios más pobres de la ciudad, por lo que pedir comestibles mediante aplicaciones o servicios on-line como Instacart, Amazon Fresh o incluso ir a la tienda de comestibles local una vez a la semana para llenar su refrigerador no es una opción siempre viable o al menos fácil en muchos casos.
Estos vendedores ambulantes, con sus precios ajustados, más asequibles, y sobre todo, su proximidad, son particularmente esenciales en estos barrios de la ciudad.
Distribución y precios
Como casi todo el comercio local del sector de la alimentación de esta ciudad, estos vendedores adquieren sus productos en Hunts Point, el mercado central de abastos de Nueva York, un centro logístico mayorista ubicado en el sur del Bronx.
Los gastos de operación del negocio más bajos que soportan estos vendedores ambulantes son una de las principales razones por las que están en disposición de ofrecer también unos precios finales más ajustados.
También, y por lo general, son negocios familiares de un solo propietario o más comúnmente formados por parentescos de hermanos, cónyuges o primos, por lo que los costes laborales son generalmente menores.
Pero además de los costes, se une el factor de que estos puestos de frutas generalmente adquieren del mayorista productos en un estado de maduración más avanzado que el que preferirían los establecimientos de comestibles y supermercados a pie de calle.
Para estos distribuidores mayoristas, esto es una oportunidad para dar salida a esa mercancía antes de que se eche a perder, por lo que bajan los precios de la fruta más madura pero que todavía se encuentra en perfectas condiciones para su venta y consumo inmediato.
Si somos el tipo de persona que compra habitualmente productos hortofrutícolas frescos para ser consumidos de inmediato, el ahorro puede ser más que evidente a la hora obtener un producto maduro y en la plenitud de su sabor.
Licencias y permisos
Para ejercer la venta en las calles de Nueva York, es necesario contar con una licencia de vendedor general para la venta de mercancías o una licencia específica de venta ambulante de alimentos para poder servir estos últimos.
Las licencias de vendedor general están limitadas por ley al número de 853 permisos para solicitantes, excepto si estos se tratasen de veteranos de las fuerzas armadas, que cuentan con un cupo especial.
Debido a que la demanda es muy superior a la cantidad de permisos establecidos, existe de hecho una lista de espera que ha permanecido cerrada durante más de una década.
Estas licencias se clasifican en dos tipos en función del área de la ciudad donde pueden operar: por un lado, una licencia válida para la venta para toda la ciudad (licencia amarilla) y licencia de venta en el llamado Midtown Core Zone, el núcleo central del Midtown de Manhattan (la licencia azul).
Por otra parte, no es necesaria licencia alguna para vender determinados productos que no sean de tipo alimentario.
Con una identificación fiscal válida, se pueden vender de forma legal en las calles libros, revistas, periódicos o artículos de arte sin ningún tipo de licencia o permiso.
COVID-19
En medio de la pandemia del Covid-19 que redibujaría por completo el paisaje urbano de Nueva York, estos comerciantes mantuvieron el compromiso con sus comunidades y perseveraron en mantener sus negocios abiertos a pesar de la dramática reducción en sus ventas, independientemente del grave riesgo de contagio durante los difíciles meses de la primavera de 2020.
Estos vendedores ambulantes son también habitualmente parte de una de los sectores de población económicamente más vulnerables de Nueva York, ya que como muchos otros servicios esenciales no podían trabajar de forma remota y, a menudo, no cumplían con los requisitos administrativos necesarios para obtener las ayudas que los diferente estamentos del gobierno estatal y federal proporcionaron a la población afectada por el semi-cierre de la economía.
En los meses posteriores, tras la paulatina vuelta a la normalidad, gran parte del debate sobre la reapertura en Nueva York se centró principalmente en el sector de los restaurantes y bares, dejando poco lugar para que los vendedores ambulantes recibieran el mismo tipo de apoyo por parte del gobierno municipal.
Si bien el sector de la restauración, por su magnitud es vital para la economía de Nueva York y emplea a un gran número de trabajadores, no sería justo pasar por alto al sector de la venta ambulante.
Sobra recalcar de nuevo que estos puestos de productos agrícolas desempeñaron y desempeñan un papel vital a la hora de llevar productos frescos a los vecindarios que tienen poco acceso a ellos y apoyan, como quedó demostrado en 2020, a sus comunidades en los momentos más sombríos.
Conflictos y disputas
En ocasiones, como en todo sector económico que comparte un espacio físico limitado como son las calles más rentables en cuanto a tránsito y ventas, se producen inevitablemente conflictos de intereses entre los distintos vendedores
Si bien algunos vendedores ambulantes llevan trabajando en una misma esquina desde hace décadas, cualquier reclamación de algún derecho sobre la franja de acera sobre la que uno trabaja es en realidad nada más que un acuerdo tácito entre comerciantes y en ningún caso un derecho formal o legalmente adquirido.
En las manzanas que por regulación se encuentran abiertas a la venta ambulante, las restricciones oficiales se limitan básicamente al tamaño de la mesa, el no bloquear el tráfico peatonal de la calle o no encontrarse demasiado cerca de la entrada de un edificio o una boca de incendios, lo cual dificultaría una potencial intervención del Departamento de bomberos en caso de necesidad.
No existe prohibición o norma para establecerse tan cerca de otro puesto como se quiera, incluso ocupando su lugar, aunque tales conflictos son relativamente raros y existe una cierta regulación interna del gremio basada en el mutuo entendimiento.
Según ellos “No hay leyes que protejan eso, pero es un mecanismo de autorregulación que ha existido a lo largo de décadas y décadas”.
Sin embargo, cuando este código propio se trastoca y alguien no se atiene a él, puede ser complicado y las fricciones aparecen entre los distintos vendedores.
Para el público, estos conflictos, a menudo sólo raramente visibles, únicamente sus síntomas pueden ser detectados, como en algún caso de disputas entre vendedores en el Midtown, donde éstas provocan una acentuada competencia en los precios a la baja entre vendedores para atraer al tan anhelado cliente.
Y no solo los precios son el reclamo en la búsqueda de las ventas. Otros, en un esfuerzo por seguir siendo competitivos, buscan la diferenciación, convirtiendo sus carros en puestos de frutas boutique en busca de un cierto aire de exclusividad, aplicando básicas técnicas de marketing callejero.
A diferencia de los competidores, que generalmente guardan su fruta en las cajas originales, estos emprendedores que buscan la diferenciación exhiben sus productos en cestas de vivos tonos y colores, y sobre todo, buscando la especialización en la variedades de frutas y hortalizas que tienen mayor acogida dentro de las comunidades donde sirven, comunidades que a menudo tienen un marcado carácter en cuanto a origen geográfico de sus habitantes.
Quizás cuando normalmente compramos en los habituales supermercados a pie de calle como Trader Joe´s, Wholefoods, Key Food o muchas de las demás cadenas locales, si nos detuviéramos por un momento en el puesto de frutas cercano, descubriríamos que quien regenta este negocio, realmente tiene un buen ojo para seleccionar para nosotros el mango perfecto para que un bocado de esta deliciosa y jugosa fruta nos transporte a un paraíso tropical muy alejado de las ahora gélidas calles de Manhattan.
Sin largas filas, cajas registradoras y con el cercano asesoramiento de un profesional que conoce su mercancía y nos ayudará a seleccionar el mejor producto de temporada, además de con un precio probablemente menor, apoyaremos a un sector que da vitalidad y sirve a muchas calles y barrios de la ciudad.
Algunos, incluso ya han aceptado el reto de la modernización y aceptan los diferentes medios de pago electrónico mediante nuestros teléfonos móviles, haciendo la experiencia de compra todavía más dinámica.
Apoyar estos puestos puede ser un hábito tan simple como comprar un melocotón para tomar durante nuestro paseo diario o tan elaborado como preparar un completo picnic para disfrutar de un soleado día de verano en el parque, aderezado con una variedad de nuestras frutas favoritas.
Hace unos años ya os contamos como en Dyker Heights, un barrio del sur de Brooklyn se tomaban muy en serio la decoración navideña de sus casas y no reparaban en gastos ni aplicaban la mesura a esta tarea decorativa.
Cada año son más los locales y foraneos que se acercan hasta allí para asombrarse ante tal ostentación de iluminación navideña.
Hace un tiempo hablábamos en el podcast sobre el Billion Oyster Project, la iniciativa destinada a repoblar el New York Harbor con las ostras que un día colmaban estas aguas como estrategia para mejorar su calidad medioambiental.
Pensar que este área era posiblemente la zona con una mayor densidad en cuanto a población de estos moluscos es algo que no deja indiferente.
Se aproxima ya el primer domingo de Noviembre y con la misma puntualidad llega el NYC Marathon, que este año convocara de nuevo, y tras dos ediciones con participación reducida, a 50.000 corredores que recorrerán parte se los 5 boroughs de Nueva York
En nuestro podcast no hemos dejado pasar la oportunidad de relatar tanto la historia como el ambiente que gira alrededor de esta emblemática prueba atlética donde la ciudad se vuelca con los corredores.
Podcast: En directo desde el NYC Marathon 2017Podcast: Espectador del NYC Marathon 2014