Podcast: Las epidemias que modelaron Nueva York

En septiembre de 1668, Samuel Megapolensis, el pastor de la iglesia holandesa en la recién creada Nueva York, escribía a un amigo acerca de cómo el Señor nos había «visitado con la disentería, la cual incluso ahora está aumentando en virulencia».  Muchos han muerto por eso, y muchos están enfermos «.

Lo que Megapolensis estaba describiendo era probablemente el primer brote de fiebre amarilla de la ciudad y que la asolaría intermitentemente  durante más de un siglo.

 Más de 350 años después, el mundo y Nueva York se encuentran en medio de otra pandemia, y el número de casos aumenta cada día.  

Es instructivo e incluso puede llegar a ser sedante el recordar que hemos estado aquí antes: desde la fiebre amarilla y el cólera hasta la polio y la mal llamada gripe española.

La forma misma de la ciudad ha sido dictada por su respuesta a las epidemias.  Revisitar estos brotes en el pasado ​​no solo proporciona una idea de la capacidad de recuperación de la ciudad, sino que también apunta a formas en que la pandemia puede remodelar Nueva York una vez más.

 La fiebre amarilla fue tan devastadora en los principios de Nueva York porque, como el nuevo coronavirus, nadie tenía inmunidad natural.  Esto estaba en marcado contraste con la viruela, la enfermedad más prominente en los siglos XVI y XVII;  

Si bien esa enfermedad devastó las comunidades de nativos americanos como la población de la Confederación de los Iroquois y los grupos a ellos alineados cuya población se redujo hasta en un 87 por ciento, muchos colonos habían adquirido inmunidad a la enfermedad mientras aún vivían en Europa, donde los brotes de viruela eran casi rutinarios por aquel entonces.

 Las estadísticas precisas sobre los primeros brotes de fiebre amarilla son difíciles de encontrar, pero revisando las crónicas, en 1702, Lord Cornbury, el gobernador colonial de Nueva York, escribió que «en diez semanas, la enfermedad ha barrido a más de quinientas personas de todas las edades y sexos».  

Para poner eso en perspectiva, la población de la ciudad de Nueva York en ese momento rondaba únicamente los 5,000;  El 10 por ciento de los vecinos de la ciudad murió en menos de tres meses.

Si bien el vector más común para la fiebre amarilla fueron las picaduras de mosquitos, en los siglos XVII y XVIII la enfermedad se atribuyó a todo, desde los malos vapores (la llamada teoría de la enfermedad «miasma») hasta el saneamiento deficiente y el aumento de la inmigración, tanto así que  llegó a ser conocida como «la enfermedad de los extraños».  

Para combatir el miasma, en la década de 1730, Nueva York comenzó a regular el estabulado del ganado dentro de los límites de la ciudad, y finalmente  los mataderos y los corrales se trasladaron al área cerca del llamado Collect Pond, un estanque que cubría el área donde ahora se encuentran los tribunales de Foley Square y el edificio municipal, en el lower Manhattan.

Esta reordenación no logró hacer mucho para detener los embates de la enfermedad.  Impulsada por un nuevo brote en 1793, la ciudad de Nueva York creó su primer Departamento de Sanidad, que promulgó una serie de leyes de cuarentena cada vez más estrictas, también creó una Comisión de Sanidad, constituida tres responsables para administrar y autorizó al Consejo local a aprobar ordenanzas sanitarias y nombrar un inspector sanitario.

 Si bien la comisión de sanidad no tenía mucho poder más allá de reaccionar ante los brotes de las enfermedades, en otros lugares de la ciudad, los médicos y los reformadores estaban considerando cómo abordar los problemas de salud pública.  

Entre las soluciones estudiadas estaba una ubicación permanente para el paso de las cuarentenas, que finalmente sería una granja fuera de los entonces límites de la ciudad llamada «Belle Vue», y que fue comprada en 1798 por el hospital del centro de la ciudad con dicho nombre y pronto, como el propio Hospital Bellevue, se convirtió en un lugar clave para aislar a las víctimas.

En 1799, respondiendo a las llamadas para limpiar las innumerables fosas sépticas de la ciudad, Aaron Burr, más conocido por su brazo financiero, el Banco de Manhattan, precursor del actual JP Morgan Chase, fue el precursor en instalar una primitiva tubería de madera en el bajo Manhattan y así por primera vez, algunos privilegiados neoyorquinos pudieron disfrutar en sus viviendas de lo que por aquel entonces podía considerarse como agua potable.

Pero la fuente de agua potable de de Burr, ubicada cerca del estanque de recolección de aguas fecales, el Collect Pond, era en sí totalmente insalubre.  En 1803, el Consejo de la Ciudad votó por desecar y rellenar de tierras este estanque, que había acabado irremediablemente contaminado completamente por los desechos urbanos y de los numerosos mataderos cercanos.  

Para ello, la ciudad cavó un canal de desagüe que discurriría en dirección oeste hacia el río Hudson y para ello pagó migajas a los neoyorquinos que por aquel entonces se ofrecieron a ello por hallarse sin trabajo para ayudar en la tarea.  

Este canal, una vez drenado el estanque , se rellenó durante la década de 1820 y ahora es lo que todos conocemos como Canal Street;  Los terrenos recuperados donde se encontraba este estanque dieron origen al vecindario de Five Points, que pronto se convertiría en la ubicación de algunas de las viviendas ocupadas por inmigrantes más superpobladas de la ciudad, los llamados Tenements.

A su vez, y mientras se acometía esta empresa de drenaje , una comisión formada a tal efecto, estaba ya trazando la cuadrícula de calles y avenidas rectilíneas de Manhattan desde Houston St. Hasta la actual calle 155, marcando una vía para que los por aquel entonces neoyorquinos más ricos escapasen de los primitivos e insalubres confines del bajo Manhattan.  

Una crítica a este nuevo Commissioners plan para Manhattan fue su falta de espacios abiertos, pero los comisionados señalaron que, a diferencia de París o Londres, donde una gran cantidad de lugares amplios como los parques podrían ser necesarios, en Nueva York con sus grandes brazos de mar que la envuelven por el este y el oeste, esto no era particularmente necesario en lo que respecta a la salud y el placer de sus habitantes.

Esencialmente, después de haber presentado el plan, pensaron que el plan proveía de espacio libre más que suficiente para una población mayor de la que por entonces habitaba en cualquier lugar de Estados Unidos. 

Los comisionados sostenían que la mayor parte de Manhattan, con o sin cuadrícula trazada, en cualquier caso era espacio libre y abierto para el necesario esparcimiento de los vecinos.

Solo tendrían que pasar un par de generaciones para constatar que ese espacio libre inicialmente previsto había desaparecido por completo.

En la década de 1830, unos años en la que la población de la ciudad creció de 200,000 a más de 310,000 habitantes, Nueva York se vio afectada por nuevos desastres.  Así es, que en junio de 1832, un brote de cólera mató a 5.000 personas en solo dos meses, y particularmente en el creciente barrio de Five Points.  Como nadie sabía aún que la enfermedad se propaga principalmente a través del agua contaminada, la ciudad continuó ignorando sus galopantes problemas de escasez de agua realmente potable.

Esta percepción cambió cuando, en diciembre de 1835, estalló un incendio en Hannover Square , destruyendo casi todo lo que quedaba de la primitiva ciudad colonial holandesa y británica.  

Aunque Nueva York ya tenía códigos de protección de incendios relativamente estrictos, este incendio, que, a diferencia del brote de cólera, golpeó los edificios de los más ricos, destacó la continua dependencia de la ciudad del agua de los pozos.

Si bien la compañía de suministro de agua Burr ‘s Manhattan Company todavía existía, nunca había llegado a tender  suficiente  cantidad de tuberías de suministro para llegar a ser realmente viable financieramente .  

Las casas que se estaban construyendo en áreas emergentes más al norte como Greenwich Village todavía tenían letrinas y cisternas de agua, a veces construidas una adyacentes a las otras, lo que hacía muy poco para frenar la propagación de las enfermedades en el agua de consumo humano.

En respuesta al incendio, la ciudad impulsó la construcción del Acueducto Croton, una obra faraónica que se inauguró en octubre de 1842 y que a día de hoy sigue surtiendo a Nueva York de agua potable.

Este  sistema de transporte hidráulico  fue construido siguiendo los principios romanos antiguos, con agua que descendía por gravedad desde la presa del río Croton, a 40 millas al norte de la ciudad en el condado de Westchester.  «

Nueva York a partir de ese momento no solo tendría la capacidad de combatir incendios de manera más efectiva gracias a un constante suministro de agua, sino que las nuevas construcciones que se llevarán a cabo en la ciudad también podrían incluir tuberías interiores de suministro de agua potable.

Al igual que Greenwich Village había proporcionado un escape para algunos neoyorquinos de clase media que buscaban salir del bajo Manhattan, la promesa de agua corriente en las viviendas empujó a otros futuros propietarios hacia el norte a vecindarios recientemente acuñados como Gramercy Park y Chelsea, lo cual brindó a los residentes con mayores posibilidades, la oportunidad de vivir en hogares más limpios y salubres.

Pero para la creciente clase trabajadora de la ciudad, en su mayoría inmigrantes de Alemania e Irlanda, las condiciones empeoraron.  La construcción del primer Tenement de la ciudad (probablemente en el número 65 Mott Street) a mediados de la década de 1820 provocó una nueva ola de densidad en Five Points.  

Para cuando estallaron los disturbios debido al reclutamiento de soldados de la Guerra Civil en julio de 1863, la ciudad albergaba ya a más de 800,000 personas, casi una cuarta parte de las cuales eran irlandesas, y la mayoría de ellas vivían en este barrio de Five Points.

Una vez concluida la Guerra Civil, los reformadores encabezaron el movimiento para mejorar la salud y el bienestar de estos inmigrantes que seguían llegando en oleadas al país y a la ciudad.

La primera de ellas fue la introducción de la «Ley para la Regulación de Viviendas en las ciudades de Nueva York y Brooklyn», una precursora de los actuales Building Codes, que regulaba las salidas de incendios, los primitivos medios de extinción y la evacuación de los edificios.

En 1879, esta primitiva ley se revisó para introducir la obligatoriedad de inodoros en los edificios y proporcionar una ventana al exterior en cada habitación de las viviendas.  Esto creó lo que se conoció como una tipología de vivienda de edificio en H con patios interiores entre los distintos edificios para la ventilación de los espacios interiores, lo cual tampoco evitaba que estos mismos patios eran a menudo demasiado estrechos para proporcionar realmente un flujo de aire adecuado y que en cambio, se llenaban de olores nocivos e incluso acababan convertidos en receptáculos para la basura.

Finalmente, el proporcionar la conexión de los edificios al nuevo alcantarillado de la ciudad fue un gran paso adelante en la batalla contra las enfermedades.  

Pero colocar tuberías de alcantarillado y obligar a abrir ventanas de viviendas era solo una parte de la gran cruzada en pos de salud pública.  

A partir de la década de 1850, el movimiento para crear Central Park y otros parques de la ciudad no solo consistió en corregir los errores de la cuadrícula del plan inicial de la cuadrícula de los Comisionados, sino en mejorar la salud, tanto física como moral, de los neoyorquinos.  

De hecho, para muchos en el siglo XIX, la mala salud a menudo estaba vinculada a la moral laxa, y no es de extrañar que el co-diseñador de Central Park, Frederick Law Olmsted, considerara que el parque tenía una «influencia armonizadora y refinada sobre las más desafortunadas y sin ley clases sociales de la ciudad.

Si bien, al menos la mayoría de las personas, ya no vinculan la mala salud con la depravación moral, que, en el siglo XIX, también tenía una implicación de oposición a la inmigración, no hay duda de que los patrocinadores del parque tenían razón en una cosa: pasar tiempo en espacios verdes es bueno para la salud.

A principios del siglo XX se producirían  dos epidemias más que pusieron de nuevo a prueba la preparación y capacidad de reacción de Nueva York.

 El 8 de junio de 1916, se informó de cuatro casos de poliomielitis, más conocida como polio o parálisis infantil, en la comunidad italiana del Gowanus, en Brooklyn.  La polio, una enfermedad viral, había comenzado a aparecer más regularmente en los Estados Unidos a fines del siglo XIX, pero rara vez se generalizó.  El primer brote importante en Nueva York había sido en el verano de 1907, cuando se informó de alrededor de 2.500 casos.

 Pero este brote de 1916 sería diferente: los investigadores pronto descubrieron una serie de casos no reportados tanto en Brooklyn como en Manhattan, y para el 17 de junio, el departamento de sanidad había declarado ya la epidemia.  

Los hogares donde alguien había contraído la polio podían optar por la cuarentena o que los contagiados fueran enviados a un hospital de la ciudad.  

Dado que muchos no podían cumplir con los estrictos requisitos de cuarentena de la ciudad, que incluía una habitación separada para uso exclusivo del paciente y un asistente que no estaría involucrado en ninguna preparación de alimentos en el hogar, se les arrebataron a muchos padres sus hijos y muchos murieron finalmente separados en los  hospitales de cuarentena.  

Finalmente, más de 23,000 personas contraerían la enfermedad, de las cuales aproximadamente 5,000 perecerían.

Pero esto fue solo un preludio de lo que llegaría de Europa dos años después, en 1918: la gripe, que terminó matando a entre 50 y 100 millones de personas en todo el mundo en tres oleadas y que, junto con los 18 millones de personas que perecieron en la Primera Guerra Mundial, casi destruyó a toda una generación.

 Al igual que con la polio, Nueva York pudo aprovechar su infraestructura de salud preexistente.  El Departamento de Sanidad requisó almacenes de armamento y otros edificios públicos para crear clínicas de campo, y además lanzó una campaña que instó a las personas a costumbres bastante generalizadas por aquel entonces como no escupir en público o toser cerca de otros.

Finalmente , Nueva York consiguió uno de los mejores resultados en los Estados Unidos: alrededor de 30,000 neoyorquinos perecieron por la gripe en 1918-19, con una tasa de mortalidad de aproximadamente 3.9 personas por cada 1,000.  (En Filadelfia, donde la gripe probablemente desembarcó por primera vez en el país, casi 8 de cada 1,000 casos terminaron siendo fatales). Algunos atribuyeron el éxito de la ciudad a la práctica novedosa de escalonar los horarios comerciales y de entretenimiento para aliviar la congestión del metro y así  mantener a los neoyorquinos más alejados entre sí ,similar al distanciamiento social actual que tratamos de aplicar en estos momentos.

En la década de 1920, el recuerdo de los estragos causados por estas epidemias ayudó a dar forma a las nuevas políticas de vivienda de la ciudad, y en especial la vivienda pública. 

El Lower East Side albergaba a más de un tercio de la población de Manhattan, con muchas personas todavía viviendo en viviendas abarrotadas y de deplorable calidad.  

Muchos reformadores argumentaban que mejorar las condiciones de las viviendas sería un primer paso necesario para prevenir otro brote de enfermedad.  

Fue así como surgieron nuevos edificios de apartamentos subsidiados, como los Apartamentos Dunbar financiados por el propio Rockefeller en Harlem y las Viviendas Amalgamadas en el Bronx.  El Dunbar, inspirado en los apartamentos con jardín populares en lugares como Jackson Heights, presentaba entradas privadas a patios interiores de manzana o interior courts (en lugar de viviendas, a las que se ingresaba desde la calle) y apartamentos bien diseñados con cocinas y baños modernos, junto con llamadas “amenities” como una guardería, sala de esparcimiento, área de juegos e incluso seguridad privada.

 Estos edificios promovidos con fondos privados fueron seguidos por los primeros edificios de la llamada  NYCHA, la New York City Housing Authority, y sus primeras Casas en East 3rd Street, que prometían en su lema «sol, espacio y aire», y señalaban que estos eran los requisitos mínimos de vivienda a los que tiene derecho todo estadounidense.  

El diseño de una torre en un parque que floreció en las próximas tres décadas del siglo XX a menudo se atribuye a Ville Radieuse de Le Corbusier y la creencia de este arquitecto de que los conjuntos de edificios altos ampliamente espaciados solucionarían los problemas de la sociedad.  Le Corbusier, como muchos de sus contemporáneos modernistas, estaba profundamente influenciados por los efectos del brote de la gripe de 1918, por lo que sus ideas de que la planificación urbana y la construcción de viviendas deberían promover la buena salud y la buena moral habrían resonado intensamente en los planificadores urbanos de Nueva York.

Pero la ciudad sabía que la luz del sol y el aire por sí solos no serían suficientes.  

En los edificios de vivienda pública de NYCHA, el alquiler debía pagarse semanalmente, y tomando prestado de la respuesta de salud pública durante las epidemias del pasado, se contrataron asistentes de vivienda tanto para cobrar este alquiler como para hacer un control sanitario semanal.  De esta manera, la ciudad consideró que podría estar un paso por delante de cualquier problema, incluidas enfermedades graves, y esencialmente poner a los inquilinos en contacto con un trabajador social de manera regular.

En la actualidad, puede ser difícil, con gran parte de las viviendas públicas de Nueva York plagadas de roedores, moho, pintura con plomo y a veces ascensores rotos, ver estos edificios como una historia de éxito de salud pública.  Pero para aquellos que se mudaron a ellos  desde las condiciones de viviendas hacinadas, los llamados “projects” fueron un cambio a mejor en sus condiciones de vida.

Sin embargo, a fines de la década de 1940, la fuerte resistencia de los inquilinos había eliminado estos controles semanales y, a medida que se desarrollaban las vacunas contra la polio, la fiebre amarilla y otros flagelos para la salud, en la década de 1950, la amenaza inminente de una emergencia de salud pública se fue desvaneciendo.  

Décadas más tarde, cuando Nueva York entró en la gran crisis fiscal de la década de 1970, muchos bienes inmuebles residenciales sufrieron, pero ninguno más que el envejecimiento sufrido por las viviendas públicas, donde el deficiente mantenimiento permitió que los problemas crecieran, a veces de manera exponencial.

Hoy en día, 1 de cada 15 neoyorquinos depende de la vivienda pública.  Mientras Nueva York se enfrenta a la pandemia de Covid-19, ¿cómo se atiende a los inquilinos más vulnerables de la ciudad de estos edificios?  

En una era de distanciamiento social como en la que nos hallamos recluidos, la validez del énfasis de Le Corbusier en el espacio abierto es evidente.  

Pero si se les va a pedir a los neoyorquinos que se refugien dentro de sus viviendas para soportar lo peor de la pandemia, está la ciudad a la altura?  

Durante casi cuatrocientos años, Nueva York ha podido responder a diversos brotes de enfermedades mediante la construcción de nuevos hospitales, la creación de estaciones de cuarentena y el establecimiento de zonas seguras.  Pero la asistencia a sus residentes más desfavorecidos generalmente es reactiva y ocurre generalmente después del hecho.  Desde los patios interiores de los edificios de viviendas hasta los espacios verdes en torno a las viviendas públicas, la arquitectura de Nueva York generalmente ha mirado por encima del hombro al último problema sufrido y rara vez se adelanta al siguiente.

Lo que el futuro cercano nos depara y el mundo que nos espera ahí fuera cuando salgamos es incierto.

El mundo y para  notrosos aquí la ciudad estará  esperándonos para recordarnos que hemos de perseverar en los esfuerzos por la mejora del entorno vital de todas las personas y a no cejar en la observación y vigilancia de nuestros gobiernos para que actúen imparcial y responsablemente con la información proporcionada por la ciencia para que la historia no vuelva a escribir una vez más uno de estos capítulos de tragedia e irreparables perdidas de vidas humanas.

En estos tiempos de cuarentena echamos la vista atrás en la historia de Nueva York para revisitar la historia de las epidemias que asolaron esta ciudad y de un modo u otro le dieron la forma que hoy tiene.

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Podcast: Seneca Village, el barrio de Nueva York que Central Park destruyó

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Central Park, la gran alfombra verde que preside la mitad superior de la trama urbana de Manhattan es algo ya inherente a esta ciudad. Ha sido un ejemplo para la creación de multitud de parques y zonas verdes de recreo tanto dentro como fuera de los Estados Unidos.

Hoy, con sus más de 150 años de historia continúa siendo ese verde oasis que tanto el neoyorkino como el visitante encuentra cuando busca abstraerse del ajetreo y la actividad de la ciudad que le rodea.

Pero esta gran y rectangular mancha verde de más de 3 km cuadrados de extensión, formada por praderas, pequeños bosques, lagos, senderos, parterres y calles y que la ciudad concibió y promovió entre 1857 y 1876 con el diseño de los arquitectos paisajistas Frederick Law Olmsted y Calvert Vaux no fue establecida sobre terrenos vírgenes de la isla de Manhattan.

Este gran parque hoy delimitado por la calle 59 en su parte sur, la calle 110 en su extremo norte ya colindante con Harlem, la quinta avenida por el este y Central Park West u Octava avenida por el oeste, ocupa, al menos en su lado oeste los terrenos que en los años anteriores a su planeamiento y construcción ocupara un asentamiento urbano que constituía una dinámica y casi desconocida comunidad, entre las actuales calles 83 y 88, y que únicamente en los últimos años ha salido a la luz gracias al trabajo de historiadores y arqueólogos.

Antes de que se creara Central Park, el paisaje a lo largo de lo que ahora es el perímetro del parque desde la calle 83 oeste hasta la calle 89 era el original emplazamiento de Seneca Village, una comunidad de predominantemente de afroamericanos, muchos de los cuales eran propietarios de los terrenos. 

Alrededor de 1855, el núcleo de población estaba formado por aproximadamente unos 225 residentes, compuestos por aproximadamente dos tercios de afroamericanos, un tercio de inmigrantes irlandeses y un pequeño número de personas de ascendencia alemana. 

Seneca Village, uno de los pocos enclaves afroamericanos de la época, permitió a los residentes vivir lejos de las secciones más urbanizadas del centro de Manhattan y en cierto modo escapar de las condiciones insalubres y sobre todo el racismo al que se enfrentaban allí.

Quizás la primera pregunta que nos hacemos sería el origen de la denominación de este núcleo o poblado como Séneca Village.

Como en muchos otros asuntos históricos no estudiados hasta fechas recientes, las opiniones y argumentos son diversos.

Aún así, la teoría de que el nombre pudiese derivar de la tribu nativa de los Seneca parece poco probable, dado que la isla de Manhattan no era territorio habitado por esta tribu o grupo nativo. 

Otros historiadores sustentan la teoría más poética y políticamente más  atrevida, que el nombre derivaría de la figura del político y filósofo hispano Romano Seneca, que postulaba por  un gobierno fundamentado en el respeto a las libertades individuales.

Los habitantes negros de Seneca Village que estudiaban filosofía clásica en las African Free Schools, podrían haber adoptado este nombre para su poblado reflejando sus aspiraciones para esta nueva comunidad.

Para conocer los orígenes de Seneca Village tendremos que remontarnos a 1825, cuando los propietarios de los terrenos de la zona, John y Elizabeth Whitehead, subdividieron sus tierras en 200 lotes y las pusieron a la venta. 

Andrew Williams, un zapatero afroamericano de 25 años, compró los primeros tres lotes por la cifra de $125. 

Epiphany Davis, empleado de una tienda, compró 12 lotes por $578, y la Iglesia AME Zion compró otros seis lotes. De allí nació una comunidad. 

De 1825 a 1832, los Whiteheads vendieron aproximadamente la mitad de sus parcelas a otros afroamericanos pudiéndose encontrar a principios de la década de 1830 unas 10 casas construidas en este nuevo núcleo de población en la isla de Manhattan.

Hay según los historiadores algunas pruebas de que los residentes tenían en sus casa jardines y se dedicaban a criar ganado en Seneca Village, y el cercano río Hudson era una fuente probable de pesca para esta comunidad. 

Además, un manantial cercano, conocido como Tanner ‘s Spring, proporcionaba un suministro de agua.

Avanzando dos décadas, a mediados de la década de 1850, Seneca Village comprendía ya 50 hogares y tres iglesias, así como sus propios cementerios e incluso una escuela para estudiantes afroamericanos.

Para los afroamericanos, Seneca Village ofreció la oportunidad de vivir en una comunidad autónoma lejos del centro densamente poblado. 

A pesar de la abolición de la esclavitud en el estado de Nueva York en 1827, la discriminación aún prevalecía en toda la ciudad de Nueva York y limitaba severamente la vida de los afroamericanos. 

La ubicación remota de Seneca Village probablemente proporcionó un refugio de este clima hostil.

Nueva York, que históricamente creció con la ficción de que la esclavitud se limitaba al Sur, se dio cuenta de lo contrario en 1991, cuando trabajos de construcción en el Bajo Manhattan desenterraron cientos de esqueletos de un cementerio olvidado de la era colonial que había servido como el lugar de enterramiento colectivo de 15,000 africanos.  

El sitio del enterramiento, conocido desde 2006 como el Monumento Nacional del Cementerio Africano, subrayó el hecho de que la ciudad de Nueva York a fines del siglo XVIII era un epicentro de la trata de esclavos, con más africanos que cualquier otra ciudad del país, con la posible excepción de Charleston, Carolina del Sur.

En comparación con otros vecinos afroamericanos de Nueva York, los residentes de Seneca Village parecen haber disfrutado de mayor estabilidad y prosperidad económica : en 1855, aproximadamente la mitad de ellos poseía sus propios hogares. 

Con la propiedad, llegaron otros derechos que los afroamericanos no disfrutaban comúnmente en la ciudad, como por ejemplo, el propio derecho al voto. 

En 1821, el estado de Nueva York exigía a los hombres afroamericanos que poseyeran al menos un capital de $250 en propiedad y que tuvieran acreditada su residencia durante al menos tres años para poder votar. 

De los 100 neoyorquinos afroamericanos con derecho para votar en 1845, 10 de ellos vivían en Seneca Village.

El hecho de que muchos residentes fueran dueños de propiedades contradice algunas percepciones erróneas comunes a mediados del siglo XIX de que las personas que vivían en la tierra expropiada posteriormente para el Parque eran habitantes pobres que vivían en chabolas. 

Mientras que una minoría de residentes vivían en humildes cabañas en condiciones de hacinamiento, la mayoría vivía en casas de dos pisos. 

Los registros del censo muestran que los residentes estaban empleados, y los afroamericanos generalmente empleados como trabajadores en negocios locales  y en trabajos de servicio, las principales opciones para ellos en ese momento. 

Los registros también muestran que la mayoría de los niños que vivían en Seneca Village se encontraban escolarizados.

A principios de la década de 1850, la ciudad comenzó a planificar un gran parque municipal para contrarrestar las condiciones urbanas poco saludables y proporcionar espacio para el esparcimiento de sus vecinos. 

En 1853, la cámara de representantes del Estado de Nueva York promulgó una ley que designó 775 acres de terreno en Manhattan, desde las calles 59 a 106 y entre las avenidas Quinta y Octava, para crear el primer parque público ajardinado más importante del país.

La Ciudad adquirió la tierra a través de la expropiación , lo cual permitió al gobierno hacerse con terrenos privados para uso público con una compensación establecida pagada al propietario. 

Esta era una práctica muy común en el siglo XIX, y ya se había utilizado previamente para construir la cuadrícula de calles de Manhattan unas décadas antes con el llamado Commissioner ‘s Plan de 1811. 

Con esta operación que afectó a Seneca Village, hubo aproximadamente unos 1.600 habitantes desplazados en toda la zona y aunque los propietarios de las tierras fueron compensados, muchos argumentaron  que sus tierras habían sido infravaloradas por las autoridades del Estado. 

Esta destrucción se asemeja a lo ocurrido. 100 años más tarde, en la década de 1960 cuando el país se embarcó en un frenesí de renovación urbana clasificando muchos barrios de clase obrera y gran dinamismo como “slums” o zonas marginales para justificar su demolición y sustitución por infraestructuras o nuevos barrios, política encabezada por el comisionado Robert Moses.

Finalmente, todos los residentes tuvieron que irse a finales de 1857. 

Para algunos autores, la desaparición de Seneca Village supuso la muerte del sueño de la utopía negra

Se están realizando investigaciones para determinar dónde se mudaron los residentes de Seneca Village; algunos pudieron haber ido a otras comunidades afroamericanas de la región, como Sandy Ground en Staten Island y Skunk Hollow en New Jersey.

Aunque tenemos un conocimiento limitado de cómo era la vida en Seneca Village, ha habido un trabajo continuo para aprender más sobre sus residentes y sus vidas. En 2011, arqueólogos de la Universidad de Columbia y la Universidad de la Ciudad de Nueva York realizaron una excavación del lugar. 

En ella, descubrieron una gran variedad de artefactos que habían sido allí abandonados y enterrados, tales como una tetera de hierro, una sartén para asar, una botella de cerveza de gres, fragmentos de porcelana de exportación china y un zapato pequeño con suela de cuero y parte superior de tela. Estos artículos nos han ayudado a reconstruir cómo era la vida de los residentes del pueblo.

A pesar de su corta historia de solo 32 años, Seneca Village se entiende como una comunidad muy unida que sirvió como una fuerza estabilizadora y de afianzamiento social en tiempos de incertidumbre para una comunidad históricamente maltratada.

Hoy en día, Central Park nos ofrece la posibilidad de explorar esos vestigios históricos de Séneca Village a la vez que aprender algo de su historia y circunstancias que lo rodearon.

Una exposición al aire libre disponible hasta Octubre de 2020 a la que llegaremos desde la entrada del parque en la calle 85 oeste nos guiará mediante paneles informativos y señalización a través de los diversos lugares que ocupó este asentamiento cuasi olvidado de Nueva York cuya memoria yace sepultada bajo las praderas y bosques de Central Park.

En este nuevo podcast abordamos una página un tanto desconocida de Nueva York.
La de Seneca Village, el asentamiento predominandemente afroamericano que se hallaba en el lado Oeste de lo que hoy conocemos como Central Park.

Podcast: Un paseo hasta el bajo Manhattan

Jackson Square

Quieres acompañarme en un improvisado paseo que nos llevará desde los límites de Chelsea con el West Village hasta el bajo Manhattan caminando por la margen del río Hudson?

Te contaré lo que nos vayamos encontrando por el camino comentanto lugares, hechos y quién sabe… lo que vaya surgiendo por el camino.

El viaje empieza aquí.

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Podcast: El fin de las bolsas? (de plástico)

En este improvisado podcast mientras me dirijo a realizar la compra en el supermercado, os hablo de la nueva ley del estado de Nueva York que a partir del 1 de Marzo de 2020 prohibe la utlización por parte del comercio de bolsas desechables de plástico, así como la autorización a las ciudades de imponer un recargo de 5 céntimos de dólar a las de papel.

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Podcast: OMNY, la Metrocard tiene sus días contados

En este primer podcast de 2020 hablamos de OMNY, el nuevo sistema de pago y acceso mediante tecnología NFC que se está implementanto en el sistema de transporte público de Nueva York.

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Podcast: Empire State Building. Así nace un icono

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Nueva York ofrece al mundo numerosas imágenes icónicas que se hallan ya incrustadas en la cultura popular contemporánea : hitos como el propio el puente de Brooklyn, sus antiguos taxis amarillos,que hoy son ya únicamente recuerdos de décadas atrás, una vez ya reemplazados por vehículos híbridos, las  luminosas y cegadoras pantallas de Times Square, el Skyline de Manhattan o incluso el Flatiron Building con su aguda y dramática cara mirando uptown.

Pero si hay una imagen que probablemente el 99% de la población mundial  asociaría con esta ciudad, probablemente sería la del Empire State Building y su aguda silueta recortada sobre el horizonte.

Sin embargo, por otra parte, la relación del neoyorquino con el Empire State Building no siempre es la misma que la del visitante.

A veces infravalorado dada la tumultuosa y no siempre propicia para la contemplación de la zona donde se encuentra enclavado, este hito de la ciudad es sin embargo el edificio más popular entre la población de los Estados Unidos por delante incluso de la propia Casa Blanca.

Es obligación al poner un pie en esta ciudad levantar la vista para reconocer y estudiar con la mirada al menos durante unos instantes el que sería a la postre el símbolo de una época y del carácter emprendedor de una ciudad que se negaba a sucumbir y admitir el trauma de la Gran Depresión.

La parcela que ocupa el Empire State Building, situada en la 5a avenida de Manhattan, entre las calles 33 y 34 se hallaba ocupada hasta 1929 por el original hotel Waldorf Astoria, un edificio, que era el símbolo por excelencia de la alta sociedad que forjó la llamada Gilded Age, una época marcada por el masivo flujo de inmigrantes hacia Estados Unidos desde Europa, la creación de grandes industrias que constituirían esqueleto de una nueva nación, y las grandes fortunas creadas a su alrededor.

Este magno edificio, inaugurado en 1893, curiosamente compuesto inicialmente  por dos edificios construidos independientemente y separados, producto de la rivalidad entre dos facciones de la familia Astor, terminó finalmente siendo unificado mediante el que se llamaría Peacock Alley, dando lugar a uno de los más significativos ejemplos de las arquitecturas del pasado perdidas de Nueva York. 

Además de ser el centro de reunión y confluencia de las clases sociales más adineradas de la ciudad durante este primer tercio del siglo XX, otros acontecimientos históricos se vieron enmarcados dentro de sus regios salones. Una muestra de esto es la propia comisión de investigación constituida por el Senado de los Estados Unidos en 1912 tras el hundimiento del Titanic en la gélidas aguas del Atlántico norte, una de cuyas víctimas en el naufragio fue el propio John Jacob Astor IV, directamente relacionado con la familia propietaria de este hotel.

A finales de la década de 1920, Estados Unidos se encuentra inmerso de lleno en el proceso de una fuerte expansión económica, con unos mercados bursátiles y financieros alimentados por una salvaje especulación bursátil y como no, un mercado inmobiliario que trataba desesperadamente de suplir la demanda de una economía donde la industria, y entre toda ella, especialmente la del automóvil marca el ritmo del crecimiento económico la nación.

Por aquel entonces, el Midtown de Manhattan, y en especial la quinta  avenida, en otros tiempos flanqueada por grandes mansiones residenciales, propiedad de las mayores fortunas del país , deja de ser el punto focal de esta clase adinerada y sus refinadas residencias, las cuales preferirán desplazarse en dirección uptown hacia el más discreto y tranquilo Upper East Side.

El Midtown pasa a ser el centro de negocios y comercial de la ciudad. La economía demanda edificios comerciales y de oficinas que puedan albergar a los miles de nuevos habitantes y trabajadores que han llegado a la ciudad para mover su trepidante economía.

Solo unas calles más en dirección norte, en la 42, el magnate automovilístico Walter Chrysler inicia en 1928 la construcción de su rascacielos Art Deco corporativo que aspiraba a ser el edificio más alto del mundo por aquel entonces y mostrar la pujanza de la compañía que él encabezaba.

En medio de este boom inmobiliario sin precedentes, durante el cual en Nueva York se podía contabilizar más de 700 edificios comerciales en construcción, el principal reclamo para un edificio de oficinas pasó a ser el de su altura y visibilidad. Por ello, era imperativo destacar claramente sobre los demás. Había que construir lo más alto posible.

En 1928, parece claro que los tiempos están cambiando. Las fortunas cambian de manos y la familia Astor no es ajena a estos nuevos vientos, por lo que vende el hotel y su solar a la Bethlehem Engineering Corporation por la nada desdeñable cifra de 16 millones de dólares. 

Los planes de la compañía serían construir en su lugar un edificio de 50 plantas que sería bautizado con el nombre de Waldorf Astoria Office Building.

Con esta determinación , se comienza la demolición del histórico conjunto de edificios, la cual y dada la sólida y masiva construcción que los caracterizaba, requiere más de 16.000 cargas efectuadas mediante camiones que transportarán los ricos materiales y refinados elementos  arquitectónicos demolidos hasta las barcazas que los transportarían finalmente hasta las costas de Sandy Hook en New Jersey donde finalmente serían arrojados al mar sin mayores contemplaciones.

Una vez que estos trabajos de demolición alcanzaron los niveles de la cimentación del edificio, se llegó a descubrir en ella una cámara secreta repleta de las más selectas botellas de vino y champagne que presuntamente estaban destinadas a ser disfrutadas por los acaudalados propietarios y huéspedes del hotel durante los años de prohibición del alcohol.

Pero de manera inesperada, los planes de construcción de este nuevo edificio de oficinas se verán frustrados finalmente por no ser capaz la compañía promotora de asegurar la tercera parte del préstamo de construcción de parte del banco que la iba a financiar.

El fracaso de esta operación no pasa inadvertido para un adinerado promotor inmobiliario llamado John J. Raskob. Raskob, al mismo tiempo que ocuparse de sus negocios, se encontraba muy involucrado en la vida política como secretario del Partido Demócrata y contaba con amigos dentro del mismo partido como Al Smith, anterior gobernador del estado de Nueva York y candidato a la presidencia en 1928 (elección que perdería en favor de Herbert Hoover) o Pierre S. Dupont, que a la sazón era presidente de la compañía General Motors desde 1923.

Parecía aquel un trío  idóneo para acometer cualquier gran empresa que se propusieran. Por una parte Raskob y Dupont con acceso a los fondos y recursos financieros necesarios y Smith con su familiaridad con todas las altas esferas políticas del estado y del país.

Desde el primer momento tendrían una visión clara de lo que pretendían hacer, y que no era en absoluto quedarse en las 50 plantas del edificio inicialmente anunciado en lugar del hotel Waldorf Astoria.

El 30 de agosto de 1929 la portada del New York Times anunciaba que Alfred E. Smith, anterior gobernador del estado de Nueva York sería la cabeza de la compañía que construiría sobre los terrenos anteriormente ocupados por el Waldorf Astoria el edificio más alto del mundo.

El edificio tomaría el nombre del apodo dado, según algunos teóricos, al estado de Nueva York por su riqueza y recursos: Empire State.

El edificio de oficinas que se denominaría Empire State Building se elevaría 86 plantas sobre el cielo de Manhattan y tendría un coste de construcción de 16 millones de dólares.

Para el proyecto de este nuevo coloso, el trío se encomienda a los arquitectos que iban a encargarse del inicial proyecto del Waldorf Astoria Office Building: William F. Lamb y Richmond Shreveport, de la firma Shreve, Lamb & Harmon.

El reto propuesto a los arquitectos era simple: ¿Cuál es la altura que se puede alcanzar con un edificio y que a la vez sea seguro?

Sin embargo, el grupo de promotores mantuvo en secreto los planes referentes a la altura final del edificio en vistas a la feroz competencia por conseguir ser el edificio más alto que se disputaría con el entonces ya en construcción Chrysler Building.

Con esta configuración de 86 plantas, el Empire State sería únicamente 4 pies más alto que el Chrysler Building y Raskob y Smith albergaban temores que con tan estrecho margen, el Chrysler en ese momento en construcción, pusiera en marcha algún plan alternativo para elevar su altura lo suficiente para arrebatarles el título de edificio más alto.

En un momento donde el edificio más alto de la ciudad era el edificio Woolworth Building, el rascacielos neogótico finalizado en 1913, estas rivalidades por atraer la atención del público y los inquilinos basándose en alcanzar mayor altura eran moneda común, estando el propio Chrysler inmerso en una lucha, con tintes de rivalidad personal, por su altura final,  con el Manhattan Company Building, también llamado 40 de Wall Street, pero esa, ya sería otra historia.

En diciembre de 1929, los promotores deciden añadir al diseño una coronación metálica y un mástil de 68 metros, que daría así al edificio un total de 1250 pies o 380 metros de altura con un total de 102 plantas. 

Estos planes no se revelarían tampoco a la opinión pública hasta el 8 de enero de 1930, pocos días antes ya del inicio de los trabajos de construcción.

La altura final del edificio quedaría por tanto determinada, además de estas disputas e intrigas entre los egos de sus promotores, por el diseño estructural y las nuevas capacidades de carga permitidas por el Código de la Edificación de Nueva York revisadas durante la elaboración de este proyecto y la normativa urbanística o Zoning Resolution vigente en Nueva York desde 1916.

Según estas ordenanzas, un edificio que contase con una ocupación efectiva de parcela o lot coverage del 25%, no tendría ningún límite legal en cuanto a su altura máxima a alcanzar.

Este principio impulsó a los promotores a adquirir más terrenos adyacentes en la misma manzana para así poder reducir ese porcentaje de ocupación y alcanzar una mayor altura.

Este mismo factor sería un impedimento clave para el edificio de Chrysler para poder alcanzar mayor altura en su diseño dada la imposibilidad de poder añadir parcelas adicionales al proyecto del edificio.

El resultado de aplicar estos parámetros urbanísticos sería la base de 5 plantas formando la alineación de calle del edificio con la 5a avenida y las calles 33 y 34.

Y ya en un plano retranqueado, sobre esta base se yergue la gran torre con otros retranqueos sucesivos a lo largo de su altura hasta alcanzar la planta 86 donde sus espacios útiles y comerciales son culminados por la coronación y mástil.

Ya en aquellos años, la arquitectura construida en Nueva York se había desprendido casi por completo del tan popular en otras décadas y grandioso estilo Beaux Arts importado al país por los afamados arquitectos de la Escuela de Chicago con formación académica europea y destinado a proyectar mediante su arquitectura la imagen de una nación emergente y con vocación de superpotencia en el escenario mundial en el futuro próximo. 

Es sin embargo el momento para el Art Decó, un estilo que tuvo una influencia relativamente efímera , aproximadamente entre 1920 y 1949, de tintes claramente modernistas y con claros puntos de contacto con otras corrientes estilísticas como el art nouveau o el futurismo italiano. 

El Art Deco empleará los materiales modernos como el acero o el vidrio, pero quizás una de sus señas de identidad más marcadas sea el alto nivel de ornamentación, generalmente empleando colores metálicos y brillantes, motivos zigzagueantes, formas radiadas , dramáticas y que a veces buscarán presentar un aspecto plano y gráfico.

Aún así, y a pesar de su clara expresión en elementos como su coronación o su representativo vestíbulo de entrada, estos elementos estilísticos  están menos acentuados en el Empire State Building que en el tan próximo Chrysler Building.

En el contexto de este competitivo frenesí entre edificios, una verdadera efervescencia de ideas, el mástil de la coronación del edificio se ideó inicialmente como un punto de atraque para los zepelines que a finales de la década de los años 20 comenzaron a servir rutas aéreas comerciales entre Europa y especialmente la Alemania nazi los y Estados Unidos.

Esta coronación del edificio sería de este modo el punto de desembarco de los pasajeros que descenderían desde las aeronaves allí amarradas por una escalera exterior metálica hasta el punto de control de inmigración y aduanas que se situaría en el mismo piso 86.

Estos ambiciosos y quizás vistos con la perspectiva del tiempo, disparatados planes que parecerían únicamente posibles en los felices y locos años 20, no acabaría llevándose a cabo de manera regular una vez finalizado el Empire State Building, habiéndose producido únicamente el amarre de un dirigible al mástil de atraque en 1931 cuando un dirigible de la armada de EEUU intentó sin éxito el amarre en más de 25 ocasiones estando a punto de provocar una tragedia cuando los vientos lo zarandearon de manera violenta.

Años  después, la idea sería definitivamente descartada cuando en 1937 el zepelín Hindenburg fuera consumido por las llamas tras el histórico accidente ocurrido en Lakehurst, New Jersey tras una travesía del Atlántico desde Europa.

El colapso de la bolsa de Nueva York de octubre de 1929 abre un profundo interrogante sobre la viabilidad del proyecto. El frenesí inmobiliario de la década se ve frenado súbitamente en ese octubre negro, y se inicia un estancamiento que no va a disiparse hasta bien entrados los años 50.

Pero la determinación de los promotores no va a verse condicionada por estos acontecimientos. 

Si bien ni Al Smith o Raskob se vieron afectados en gran medida por el colapso bursátil, éste sí afectó a otros muchos inversores menores del proyecto.

Los iniciales planes de Raskob de iniciar las obras en ese mes de octubre de 1929 tuvieron que ser pospuestos hasta que consiguió asegurar un crédito de 27 millones de dólares de la Metropolitan Life Insurance Company para comenzar las obras. Era el mes de Diciembre de 1929.

La empresa constructora que acometería esta ingente obra fue la compañía Starrett Brothers and Eken, ya experimentada en la construcción de muchos otros edificios y que sin lugar a duda estuvo a la altura del reto empresarial, organizativo y técnico que Al Smith y Raskob le planteó al firmar este contrato con ellos.

Los trabajos de construcción comenzarían finalmente el 22 enero de 1930 con dos turnos de 12 horas donde 300 hombres en cada uno de ellos trabajarían sin descanso para excavar los 17 metros de profundidad que servirían de base para la cimentación sobre el lecho de roca del subsuelo de Manhattan donde se incrustarían los cientos de pilotes metálicos que anclan el Empire State a la isla.

Las primeras piezas de acero correspondientes a la estructura se instalaron el 1 de abril de 1930.

El traer al Midtown de Manhattan los más de 15.000 pilares y vigas de acero desde sus factorías en Pittsburgh y su zona de desembarco en el Hudson e instalarlas posteriormente en su definitiva posición en la construcción del edificio supondría un desafío para la logística y el transporte no acometido hasta aquel entonces.

A este ingente número de elementos de acero se sumarían otros materiales de construcción necesarios como ladrillo, tabiquerías ligeras, revestimientos metálicos o piezas de fachada de piedra caliza de Indiana que hoy en día podemos contemplar junto con mármoles de Italia y Francia, maderas del Pacífico Noroeste o granito de Suecia.

La construcción de un edificio de tal magnitud  requeriría una planificación y logística propia de relojeros suizos que supuso que se programara hasta el último transporte de materiales mediante las grúas y ascensores elevadores que tendrían programada hasta la más insignificante de las cargas a izar hasta las distintas plantas del edificio que se iban levantando.

El ambicioso reto que los constructores se propusieron fue el de construir un piso por día para acelerar la construcción, un objetivo del que estuvieron bastante cerca con un progreso de 4 pisos y medio por semana superando el anterior récord en vigor hasta entonces de 3 pisos y medio por semana.

Pero la eficiencia buscada en la construcción del coloso del Midtown no se limitó únicamente a la gestión en la distribución de los materiales y recursos de construcción a pie de obra.

También se buscó la eficiencia en el trabajo y gestión de los operarios y obreros, que fue a la postre una parte esencial en el desarrollo y consecución final de la construcción.

Para ello, entre otras medidas, y permitir que los trabajadores pudiesen hacer dentro de su turno de trabajo sus comidas sin tener que tomar los ascensores y descender a la 5a avenida en busca de su comida, la compañía instalaría a intervalos de 20 plantas cafeterías y comedores donde estos obreros podrían comprar por 40 centavos de dólar su merecido lunch e incluso tomar una taza de café.

Cuando se habla de estos trabajadores, sería injusto no rememorar las condiciones extremas a los que estos se verían sometidos por aquel entonces, trabajando a tales alturas, y especialmente durante el proceso de montaje de la estructura de acero roblonado del edificio.

La propia altura del edificio, la exposición a los fuertes vientos imperantes en la zona y las precarias medidas de seguridad laboral existentes en aquellos tiempos nos dejarían esas impactantes imágenes de los obreros transportando e instalando los roblones encaramados a vigas y caminando sobre el vacío sin mayor medida de seguridad que su equilibrio y pericia, arrojando un saldo final de trabajadores fallecidos en accidentes de 5 víctimas según fuentes oficiales de la compañía, una cifra que fuentes sindicales elevarían hasta los 42 fallecidos.

Un buen número de estos trabajadores en altura serían integrantes de la tribu nativa americana de los Mohawk, venidos desde la reserva Kahnawake cerca de Montreal, y conocidos por su ausencia de vértigo en estos entornos lo cual les proporciona gran capacidad para trabajar en construcciones a gran altura.

Estos trabajadores Mohawk acabarían tomando parte en la construcción de muchos otros edificios de Nueva York e incluso acabarían  estableciéndose en el barrio de Boerum Hill en Brooklyn.

A estos trabajadores en altura especializados hay que sumar otros 3500 que en determinados momentos llegaron a trabajar simultáneamente en la construcción tal como el 14 de agosto de 1930. 

Muchos de estos trabajadores serían principalmente inmigrantes irlandeses e italianos, afortunados por poder ganar un salario diario en medio del desolador panorama económico y social que dibujaba la Gran Depresión marcada por sus rampantes niveles de desempleo y pobreza.

La ceremonial puesta de bandera en el piso 86 a 319 metros de altura, una vez la estructura fue completada se coloca el 19 de septiembre de 1930, 12 días antes de lo inicialmente planificado y el 21 de noviembre, solo dos meses después se coloca sobre la coronación y el mástil que dará al edificio su altura final de 102 pisos.

Mientras tanto, continuarían los trabajos en fachada y el interior, con entre otros, la instalación de los 66 ascensores que la Otis Elevator Company suministró con una velocidad de 366 metros por minuto, y que supuso el mayor encargo de ascensores que la compañía  había recibido hasta entonces.

El coste final del edificio, 40 millones de dólares, claramente por debajo de los 60 millones inicialmente presupuestados para la demolición del Waldorf Astoria y finalización de la construcción del nuevo, fue fruto inevitable del abaratamiento de costes de todo tipo causado por las penurias de la depresión que todavía arreció en mayor medida durante los siguientes años de la década de los 30.

La inauguración del Empire State Building, que fue todo un acontecimiento de masas en la ciudad, y con una recepción de autoridades celebrada en el piso 86, se produciría el 1 de Mayo de 1931, con 45 días de adelanto sobre la fecha inicialmente prevista. 

A ella acudieron personalidades como el entonces  presidente Hoover, quien fue el encargado de accionar el inicial encendido de luces del edificio, el alcalde Jimmy Walker, el propio promotor Al Smith o el por aquel entonces gobernador del estado Franklin Delano Roosevelt, que más tarde se convertiría en uno de los presidentes más determinantes y recordados de la historia de los Estados Unidos, especialmente por sus políticas dirigidas a paliar la Gran Depresión, el llamado New Deal.

Pero al entusiasmo de los fastos y festejos de la inauguración, sucedió la preocupación por la baja ocupación inicial de las oficinas por parte de nuevos inquilinos. 

Si bien los impulsores del proyecto lograron completar la construcción y apertura durante el estallido de la Gran Depresión, fue a partir de 1931 donde los efectos de ésta se propagaron de manera más devastadora por la economía estadounidense y mundial.

El mercado inmobiliario y la construcción sufriría un brutal estancamiento y una ausencia en la demanda de nuevos edificios de oficinas que se prolongará dos décadas.

La estrategia de los propietarios ante esta circunstancia adversa sería no dejar que el edificio aparentase estar vacío a los ojos de la opinión pública.

La solución sería simple: mantener las luces de todas las plantas encendidas, a pesar del consumo eléctrico que ello generaría.

Y si esta desesperada medida no consiguió paliar de manera determinante la ausencia de demanda por parte de nuevos inquilinos, en cambio sí contribuyó a que la ciudad se enamorase irremisiblemente de su nuevo hito.

Una vez abandonadas las utópicas y quizás alocadas pretensiones de que el Empire State fuese ese puerto de atraque para dirigibles, fue en las atracciones para el público que la altura del edificio proporcionaba lo que hizo que tanto a neoyorquinos como a visitantes les entusiasmase pagar el dólar que costaba ascender a su mirador de la planta y 86 y tomar allí una bebida o aperitivo con unas inmejorables vistas al área metropolitana de Nueva York, desconocidas hasta entonces para la mayoría de la población.

A ello contribuiría  también, el estreno el 2 de marzo de 1933 en el Radio City Hall de la película King Kong , el cual encaramándose al Empire State fue la guinda que culminó una inteligente campaña de marketing y publicidad para atraer la atención del público hacia este nuevo prodigio de la arquitectura y la ingeniería.

Aún así, durante los años de la guerra, tampoco se vio exento el Empire State de las medidas preventivas de defensa aérea consistentes en el apagado de sus luces como medida ante posibles ataques.

También, y durante los últimos meses de la guerra, el 28 de julio de 1945,  sufrió el Empire State su único gran percance con la colisión contra su cara norte, entre los pisos 79 y 80 de un bombardero B-25 que volaba hacia un cercano campo de aviación en Newark y cuya tripulación volaba desorientada debido a la espesa niebla reinante ese día sobre la zona.

El accidente se saldó con 14 víctimas mortales, una de ellas en un edificio adyacente sobre el que cayó uno de los motores desprendidos del avión.

Sin embargo, el edificio no sufrió daños estructurales de consideración, por lo que fue reabierto al público solo dos días  después del accidente.

El Empire State Building no fue rentable hasta los años 50, década en la que comenzó a atraer la atención de nuevos inquilinos gracias a la reputación y leyenda que se había creado en torno a él dentro de la cultura popular.

A ello se sumó que en aquellos años dorados de la radio y la televisión, la demanda por parte de muchas compañías de utilizar su torre como privilegiada antena de retransmisión.

A pesar de esta entrada en beneficios, en 1951, Raskob puso el edificio en venta por 51 millones de dólares, el precio más alto jamás demandado por un edificio por aquel entonces.

En los años siguientes, y tras este inicial cambio de propietarios, el edificio volvería a cambiar de manos en varias ocasiones con una serie de complejas transacciones inmobiliarias, algunas de las cuales incluirían hasta un proceso judicial en los años 80 del que fue parte el mismo Donald Trump que pretendía hacerse junto con un grupo inversor japonés del control del edificio, una operación que finalmente no tuvo éxito.

Posteriormente, en 1961, la autoridad portuaria, anuncia su apoyo al nuevo World Trade Center que se empieza a concebir en el bajo Manhattan cerniéndose sobre el Empire State la sombra de un futuro gran competidor y que a la postre sería el proyecto que le arrebatará el título de edificio más alto de la ciudad y el mundo que ostentó hasta 1970 a manos de las malogradas torres gemelas.

La apertura en estas de un observatorio para el público en su planta 110, claramente superior al piso 86 del Empire State supuso un fuerte impacto en su cuenta de ingresos y beneficios.

También muchas compañías que hasta ahora utilizaban sus antenas desde su coronación, decidieron trasladarlas al nuevo complejo del World Trade Center.

A pesar de estos inevitables reveses asestados por la historia y el progreso, este edificio mantenía en 1980 un número de visitas cercano a los dos millones de personas y en mayo de ese año incluso le fue asignado un código postal propio.

En 1981, la Landmarks Preservation Commission, o comisión del patrimonio declara su lobby, primer y segundo piso como hito histórico y en 1986 el edificio en su totalidad pasa a ser Monumento Histórico Nacional por su relevancia en la historia de la arquitectura.

Durante los años 90 se acometerán profundas obras de renovación  y mejora, reemplazando los sistemas contra incendio y de alarma, ascensores, ventanas y climatización además de hacer accesible su terraza de observación en cumplimiento de la ley de accesibilidad denominada Americans with Disabilities Act.

En 2010 se inició un nuevo proceso de renovación a 10 años vista con énfasis en la eficiencia energética y los espacios públicos para mejorar el flujo de los visitantes al edificio.

Esta fase, completada en 2019 incluye el nuevo alumbrado exterior basado en tecnología LED.

A comienzos de la década de los 2000, tras la destrucción del World Trade Center, el Empire State recuperó el título de edificio más alto de Nueva York pero ya muy lejos del trono de los edificios más altos del mundo e incluso siendo únicamente el segundo más alto de EEUU tras la torre Willis de Chicago.

Hoy en día, el Empire State es el 3er edificio más alto de Nueva York tras el World Trade Center One y la torre residencial 432 Park Avenue y en breve se verá relegado de nuevo por el nuevo One Vanderbilt actualmente en construcción en la confluencia de la calle 42 y la quinta avenida.

Tras casi 90 años de majestuosa presencia en el skyline de Nueva York, la silueta del Empire State Building parece un elemento inseparable ya de la historia de esta ciudad y de la vida de los que la han habitado a lo largo de todos estos años, un referente obligado para todo aquel que alguna vez llega a Nueva York y levanta la vista al horizonte en busca de un hito.

Quizás lo más significativo es que, ya sea en la cultura popular, con referencias en la historia del cine como el propio “King Kong”, “An affair to remember” o “Sleepless in Seattle “ como en acontecimientos del mundo del deporte representados por la extenuante subida que cada año se celebra ascendiendo sus escaleras de 1500 peldaños hasta su piso 86, parece que a pesar de haber perdido el Empire State Building hace tiempo su cetro de edificio más alto, aún conservará su parcela en el corazón e imaginario colectivo de muchos de nosotros como ese colosal desafío técnico y empresarial que unos osados emprendedores decidieron llevar a cabo hasta el final, a pesar de no darse para ello las más favorables condiciones.

Hoy, cuando en Nueva York hay en construcción o en fase de proyecto hasta 10 nuevos rascacielos que a medio plazo superarán al Empire State en altura y preeminencia en el skyline, parece difícil que estos nos puedan hacer olvidar la historia de esos visionarios que buscaron un dia ser los más altos.

El paso de las décadas nos enseña que la historia tenía un lugar reservado para ellos.

El podcast Un Minuto en Nueva York cierra 2019 con un episodio hablando sobre el Empire State Building, el icónico edificio construido en 1931 y que todavía hoy destaca en el skyline de Manhattan.

Escucha aquí su historia y la de sus promotores.

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Podcast: Las cuatro vidas del Madison Square Garden

Podcast: Las cuatro vidas del Madison Square Garden
Dentro del catálogo del imaginario colectivo de Nueva York, es difícil no tener en él la referencia del famoso Madison Square Garden, ese gran recinto deportivo y de espectáculos.
 
Y ciertamente no es menos frecuente, a veces, cuando desde Nueva York hablamos desde el quizás menos conocido Madison Square Park, el que se dé una cierta confusión entre ese parque que sin duda es uno de los lugares más agradables y disfrutables dentro del tejido urbano de Manhattan que se sitúa entre las calles 23 y 26 y al final de Madison Avenue, con el recinto del que hoy hablamos en este podcast.

Y no es en absoluto una confusión gratuita, sino que está fundamentada en que en realidad no estamos hablando de un solo edificio o recinto de espectáculos sino en realidad de 4 versiones del edificio que han compartido a lo largo de los años el mismo nombre y que se han ido sucediendo a lo largo del tiempo y el espacio en  Nueva York, y en algunas de sus versiones, el entorno que hoy ocupa el bonito parque al que nos referíamos al principio, bajo la majestuosa sombra del Flatiron Building.


El actual  Madison Square Garden destaca como sede de grandes citas del deporte como aquel tan recordado como infausto partido para la afición de los New York Knicks en 1995, conocido como el Double Nickel Game de Michael Jordan.
En el Jordan, después de haberse retirado del baloncesto profesional para probar suerte en el baseball, retornaba año y medio después a los Chicago Bulls con su ya famosa rueda de prensa coronada por un lapidario  “I´m back” para enfrentarse al equipo local, los Knicks.
En este partido, Jordan acabaría llevando a su equipo a la victoria con una cuenta anotadora final de 55 puntos. Algo que todavía duele a la afición local de Nueva York cuando se le recuerda.

Menos doloroso, al menos para los aficionados, fue el legendario combate de boxeo del 8 de marzo de 1971 entre Muhammad Ali y Joe Frazier, por el título mundial de los pesos pesados con victoria final para Frazier.

On en el mundo de la música el 20 de octubre de 2001, el concierto benéfico en favor de las víctimas del World Trade Center, organizado  por Paul MCCartney, una cita histórica que incluyó actuaciones de artistas como Mick Jagger, Keith RIchards, The Who, David Bowie, Eric Clapton , Elton John o Billy Joel.

Pero tal como apuntábamos al principio,  este edificio y recinto deportivo que conocemos hoy es solo uno de los cuatro que históricamente ha conocido Nueva York. Hay una historia de edificios predecesores que vamos a repasar en el podcast de hoy.

El lugar: en torno al Madison Square Park, frente a la intersección de Broadway, la 5a avenida y la calle 23.
En la esquina entre la calle 26 y Madison Avenue, que aquí finaliza,existía una pequeña estación de tren de pasajeros del ferrocarril del Harlem, (los ferrocarriles en superficie que existían antes de el metro subterráneo)

Esta estación se trasladó a la 42 en 1871 y en 1974 , un tal P.T Barnum decidió montar un recinto al aire libre de forma oval con bancadas al aire libre también que se utilizó para montar circos y otras representaciones. A este recinto se le llamó el Gran Hipódromo Romano.

Este recinto fue pasando por las manos de distintos propietarios que lo fueron empleando para todo tipo de eventos y espectáculos, desde conciertos, concursos de belleza, boxeo o incluso concursos caninos como el el Westminster Kennel Club, dog show, que a día de hoy sigue celebrándose anualmente en el MSG.
Curioso que por aquel tiempo, el boxeo era ilegal por lo que de manera hipócrita se les llamaba conferencias ilustradas….

A estas alturas de la película, el propietario era Commodore Vanderbilt, (familia de potentados de NYC que construyeron Grand Central Terminal).
A la muerte de éste, su nieto William Kissam Vanderbilt en 1879 se puso al frente del negocio y decidió él mismo asumir la gestión del recinto, y lo primero que hizo fue bautizarlo como Madison Square Garden.

Además de espectáculos tan variados y bizarros como la exposición de un elefante que compró del zoo de Londres, se añadieron otros acontecimientos deportivos como carreras atléticas o ciclismo en pista, con la creación de una pista del velódromo incluso con sus curvas peraltadas.
Por aquel entonces, el ciclismo en pista era de los deportes más populares en EEUU y sus protagonistas eran grandes estrellas del momento.
De todo esto queda que una disciplina olímpica de ciclismo en pista en 2000, 2004 y 2008 , el Madison, tenga sus orígenes en este tiempo.

A pesar de toda esta actividad , este recinto al aire libre era muy frío en el gélido invierno neoyorkino y caluroso en días de verano, por lo que la rentabilidad no era la mejor e hizo que Vanderbilt finalmente decidiera venderlo a un holding formado por otros potentados de la época como eran JP Morgan, Andrew Carnegie, James Stillman y WW Astor, nombres que hoy todavía son notables, 125 años después.

El Segundo

Este grupo de magnates del acero y las finanzas decidieron tirar por la calle de enmedio y tiras el edificio abajo para crear uno nuevo, el segundo Madison Square Garden. No se mataron al pensar el nombre. 

El diseño lo encargaron al que quizás fuese el arquitecto más notable de finales del 19 y principios del siglo 20: Stanford White , la Mckim, Mead & White, autores de grandes edificios como la desaparecida Penn White.
Stanford White tendrá un episodio reservado en este podcast porque lo merece y su historia relacionada con este edificio no tiene desperdicio tampoco.

El edificio nuevo, abierto en 1890 estaba diseñado en estilo Beaux Arts y fue en su inauguración el segundo edificio más alto de la ciudad con su torre minarete copiada de la giralda de Sevilla alcanzando una altura equivalente de 32 plantas, con 200 metros de altura.

El recinto principal interior era el más grande del mundo por aquel entonces con 61 x 110 metros y asientos permanentes para 800 personas. Además, tenía un teatro para 1200 espectadores y una sala de conciertos para 1500., además del restaurante más grande de la ciudad y un jardín cabaret al aire libre en su cubierta.

El edificio, que presentaba en sus decoraciones reminiscencias  moriscas, costó 3 millones de dólares de entonces y fue encuadrado junto con el Central Park y el Puente de Brooklyn dentro de las grandes instituciones de la ciudad de Nueva York.

La torre estaba coronada por la estatua de Diana, obra del escultor Augustus Saint-Gaudens. La estatua original tenía 5.5 metros y pesaba 820 kilos. En un momento dado pensaron que era demasiado grande y la quitaron sustituyéndola posteriormente por otra versión un poco más pequeña y hueca, la cual hoy se encuentra en exposición en Philadelphia y una copa en el Met.

A la inauguración del edificio acudieron más de 17000 personas que pagaron hasta 50$.

Este recinto de espectáculos fue muy importante en el primer cuarto del siglo XX pero tampoco llegó nunca a ser un negocio rentable para sus promotores.

En 1925, el banco que había concedido la hipoteca del edificio, la New York Life Insurance Company finalmente se hizo con el control de la propiedad y ante la poca viabilidad económica que le vieron, decidieron tirarlo.
Este edificio está en el libro Lost New York que he recomendado en otros podcast donde vemos la arquitectura pérdida de NY.

El único consuelo es que en el mismo solar donde estaba este MSG, la compañía encargó a Cass Gilbert la construcción del New York Life building que todavía hoy podemos contemplar en esa intersección de Madison Ave y la calle 26, construido entre 1926 y 1928.

El Tercero

Y como no hay dos sin tres y casi sin solución de continuidad, a este demolido MSG le salió un sucesor, este caso no en el mismo entorno del madison square park, sino que mucho más arriba en Manhattan, Eighth Avenue between 49th and 50th Streets, en la zona llamada Hell’s Kitchen.
El promotor del edificio fue el promotor de boxeo Tex Richard, que logró juntar un grupo de más de 600 inversores que financiaron el proyecto.
El edificio, diseñado por el arquitecto Thomas W. Lamb, costó 4.75 millones de dólares y su construcción que llevó únicamente 249 días, se inició en enero de 1925.

En cuanto a estilo era totalmente distinto al MSG de Stanford White, careciendo de todo ornato, el cual únicamente se encontraba en el entorno de la marquesina de su entrada principal.
Podemos decir que arquitectónicamente fue un edificio con mucha menos trascendencia que las versiones previas del recinto.
El espacio del recinto tenía 61 x 144 metros con asiento en tres niveles que llegaban a albergar hasta a 18500 espectadores, generalmente en combates de boxeo.
El edificio era bastante deficiente en cuanto a su diseño ya que era conocido que la visión de los espectáculos o partidos de hockey o baloncesto era muy mala si no estabas muy cerca de la primera fila.

También era conocida su deficiente ventilación lo que unido a que estuviese permitido fumar en estos recintos, hizo que se formase una auténtica nube de humo en los niveles superiores de este espacio cerrado.
Albergo aparte del boxeo, los partidos de los NY Rangers de la NHL y de los NY Knicks de la NBA.

Demolición

La demolición se llevó a cabo en 1968 después de la apertura del cuarto y actual MSG y concluyó en 1969. En el solar se barajó la construcción del que sería por aquel entonces el edificio más alto del mundo pero esto despertó una gran oposición vecinal y finalmente se restringe la altura edificable en ese distrito. El solar permaneció vacío hasta 1989 cuando en él se construyó un nuevo edificio residencial.

En paralelo a este 3er MSG, habría que hablar de la variante que fue el llamado El Madison Square Garden Bowl en Queens

Madison Square Garden Bowl was the name of an outdoor arena in the New York City borough of Queens. Built in 1932, the arena hosted circuses and boxing matches. Its seating capacity was 72,000 spectators on wood bleachers.

It was located at 48th Street and Northern Boulevard in Long Island City. This was the site where James J. Braddock defeated Max Baer for the World Heavyweight title on June 13, 1935 that was dramatized in the film Cinderella Man. 
The bowl was torn down during World War II to make way for a US Army Mail Depot.

El Cuarto y Actual

La última y actual versión del MSG, situado sobre la actual Penn Station, el MGS4, como decía, es el fruto del error histórico de la demolición de la original Pennsylvania Station, sobre la cual os recomiendo que tiréis hacia atrás en la lista de podcast y escucheis el que hice ya hace casi 5 años.
Todo aquel que haya ido a tomar el tren a Penn Station ahora se dará cuenta de lo que digo.

¿Qué decir del actual MSG?

Está localizado en el Midtown de Manhattan, sobre la estación como os decía entre la 7a y octava avenida y las calles 31 y 33.

Realmente se compone aparte del Garden, del edificio One Penn Plaza, un edificio de 57 plantas completado en 1972.

Se utiliza para conciertos, partidos de baloncesto, hockey, circo, lucha, rodeos, espectáculos sobre hielo.
Sede de los Rangers, Los Knicks y el New York Liberty de la WNBA hasta 2017.

Hoy en día es el segundo recinto de conciertos con más actividad del mundo solo tras el O2 arena de Londres.

Tiene una capacidad que varía hasta los 20000 como máximo en los conciertos a los que hay que añadir el llamado Hulu Theater con otras 5,600 localidades.
También hay en sus sótanos una bolera de 48 calles.

En cuanto a su definición formal, presenta la particularidad de estar construido sobre la estación, sus pasillos y andenes.

Fácilmente desde el exterior se puede distinguir su forma cilíndrica y podemos destacar su estructura de cubierta, que se trata de una estructura suspendida de cables de acero que parten de las 48 columnas perimetrales y de 404 pies de diámetro, la primera de este tipo de manera permanente en EEUU, y una tipología estructural que va a favor de proporcionar un espacio interior totalmente diáfano, adecuado para la actividad que iba a alojar el recinto.

Esta estructura radial de 48  cables de acero recubiertos de zinc no solo soporta el tablero de cubierta del recinto sino también dos pisos más con estructura de acero sobre el espacio diáfano central, lo cual nos habla de lo osado que fue en su día el diseño estructural.

Aparte de esto, el estar montado el complejo sobre las vías hizo que se tuvieran que salvar grandes luces con enormes vigas de acero, dicen que las de mayores dimensiones utilizadas nunca en Nueva York hasta la fecha. 

Ha pasado por dos grandes obras de renovación, en 1991 y 2011, dando al final un coste de construcción de más de 1100 millones de dólares, un edificio muy caro a lo largo de su vida útil.

Ahora se da el problema de que el estado quiere acometer la gran reforma de Penn Station para hacerla una estación digna que haya competencia a Grand Central.
El problema es que el Garden está encima. De momento, lo que se está haciendo es dotar a la estación de un nuevo acceso desde la emblemática oficina de correos Farley, en la Octava Avenida con un nuevo hall de entrada.

También se barajan propuestas para la construcción de una nueva estación y ahí es donde nos encontramos ahora, con un futuro un tanto incierto.

Y todo confluye en que la actual licencia de actividad del MSG actual concluye en 2023.

Según un artículo de las ordenanzas urbanísticas municipales, la Zoning Resolution, todo recinto con capacidad de más de 2500 localidades precisa de un permiso especial. Esto nos conecta con el año 1963, cuando el permiso inicial de actividad del MSG se concedió por 50 años, algo que no es frecuente, pero tampoco está claro porque en ese caso se hizo así.

Bien, en 2013 ese permiso expiraba pero a pesar de la presión de muchos grupos de presión que buscaban y buscan la renovación de Penn Station, la ciudad y en un gesto que buscaba dar tiempo a los propietarios del Garden para establecer sus planes para el futuro, les concedió una extensión del permiso de 10 años. Técnicamente, podrían reducir la capacidad a 2500 espectadores y quedarse permanentemente, pero eso no parece factible frente a la actual capacidad de 20000.

Lo más grave es que los propietarios del Garden no han mostrado hasta ahora signos de estar haciendo nada con respecto a planes de futuro, y no se descarta que en 2023, el city council decrete un cierre del MSG. Desde luego que va a haber presiones y veremos en qué queda ese enfrentamiento.

Podrían negociar con la ciudad una excepción en las normas pero desde luego que tendrán que argumentar muy bien y probablemente tendrán que dar algo a cambio o la ciudad ofrecer una alternativa a los propietarios para irse.

Aun así, y quedando el Garden donde esta, lo que parece que es imparable es la renovación de Penn Station. A ello están contribuyendo la construcción del nuevo hall en la oficina postal y el túnel de interconexión entre Penn Station y Gran Central, que se abrirá en 2022 y que hará que esta última pueda asumir algo del tráfico ferroviario durante las obras.

Se quede el Garden o no, parece claro que el complejo va a cambiar en los próximos años así que habrá que permanecer atentos a las distintas propuestas y negociaciones que van a llevarse a cabo en los próximos años.





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